Así como les ocurrió a los numerosos hombres y mujeres de su época que conocieron a Carolina Cárdenas, la artista plástica que vivió en los años 30 del siglo pasado y que estuvo muy cerca del célebre grupo Bachué, el escritor Andrés Arias también comenzó a obsesionarse con ella mientras escribía su nueva novela, Tú qué deliras.
“A medida que investigaba, me pareció fascinante la historia de esta artista poco conocida, como pasó con Emma Reyes, pero con una vida apasionante como ninguna”, anota el autor.
Arias se vale de un narrador ficticio, un humilde profesor de escuela que se radicó en Bogotá en la década de los 30, huyéndole a la violencia de su natal Ambalema (Tolima), quien con sus escritos sobre arte se vinculó al grupo artístico que frecuentaba Cárdenas (1903- 1936) y se enamoró locamente de ella, como le sucedió a más de uno. Fue el caso de artistas como Francisco Antonio Cano, Sergio Trujillo Magnenat y hasta la controvertida Hena Rodríguez, abiertamente lesbiana.
“Ella era una niña bien, criada en Europa, lindísima, no está muy claro cuándo llegó a Colombia, pero fue hacia el 30, y se había criado con sus abuelos en Inglaterra”, anota Arias. Según sus investigaciones, la artista desembarcó en la capital influida por las tendencias artísticas de vanguardia en el Viejo Continente, que plasmó a través de sus dibujos, sus cerámicas y sus trabajos fotográficos.
El autor destaca que uno de los hechos que quizás obligó a que todo el mundo fijara su mirada en Cárdenas fue, además de su personalidad cautivante, lo atípico, para entonces, que una niña de su nivel social se dedicara al arte. “Para ella todo era arte. No solo pintaba sino que el mismo hecho de vestirse era un arte. Sus atuendos muy art déco, sus broches y, a pesar de que su familia entró en bancarrota, ella siguió vistiéndose muy a la moda, así consiguiera cosas baratas”, comenta Arias.
Desde el mismo momento de llegar al país su contacto con los integrantes del grupo Bachué fue magnético. “Ellos eran una escuela de corte ideológico, empeñada en recuperar el indigenismo y las tradiciones, aunque ella no tenía ninguna postura política sino estética”, agrega el autor, quien para escribir el libro duró varios meses metido en hemerotecas, leyendo periódicos y revistas de la época, y se entrevistó con familiares tanto de Cárdenas como de los miembros del grupo.
Para Arias, tres razones explican por qué el nombre de Carolina Cárdenas no trascendió en el tiempo. La primera, su prematura muerte, a los 33 años. Esto, a su vez, explica que aún no tuviera una obra consolidada. “Queda una pintura de corte impresionista y melancólico, de una pareja saliendo de un teatro en la noche, y algunas cerámicas, fotografías y dibujos”, dice el autor.
Y por último, la dura posición que tuvo la crítica de arte Marta Traba con este grupo que prácticamente “borró de un brochazo”, años más tarde, y cuyo legado hasta ahora comienza a valorarse nuevamente con exposiciones y salas dedicadas a sus integrantes, como la de la colección del Banco de la República.
El encanto de Cárdenas fue tal que el pintor Sergio Trujillo, quien la adoró, bautizó con su nombre a su hija, la actriz Carolina Trujillo. Además, el barrio capitalino La Carolina lleva este nombre en honor de Cárdenas, cuyos terrenos eran de propiedad de su hermano.
CARLOS RESTREPO
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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