La religiosa antioqueña Laura Montoya, primera santa de Colombia, podría recibir el más importante título que otorga la Iglesia católica después de la santidad: el doctorado.
La noticia se conoce en el aniversario 64 de la muerte de la madre Laura, canonizada el pasado 12 de mayo por el papa Francisco.
EL TIEMPO conoció que el caso será radicado en los próximos días ante la Congregación para la Causa de los Santos, en el Vaticano.
De aprobar esta solicitud, la madre Laura entraría al selecto grupo de doctores de la Iglesia católica universal, conformado por 34 santos reconocidos por su erudición y producción intelectual, y al que apenas pertenecen cuatro mujeres: la española Teresa de Ávila, la italiana Catalina de Siena, la francesa Teresa de Lisieux y la alemana Hildegard von Bingen.
La Congregación de Misioneras de Santa Laura, en Medellín, reconoció que el trámite es oficial pero se abstuvo de dar declaraciones para no interferir en el proceso.
“Es totalmente posible que la madre Laura sea doctora. Ella, además de haber sido una gran pastora de la Iglesia, fue una gran intelectual”, afirma el sacerdote jesuita Carlos Novoa, doctor en teología y profesor de la Universidad Javeriana.
Novoa recuerda que la santa colombiana se destacó, mientras desarrollaba su obra misionera con los indígenas, por su faceta de escritora. Laura Montoya publicó más de 30 libros, entre estos su autobiografía, de cerca de 1.200 páginas y considerada una valiosa joya de la literatura religiosa y mística.
“Pero más que eso, sería una confirmación de la lucha que la madre Laura dio contra la discriminación de la mujer. Sería un gran aporte para un país machista como Colombia”, añade el sacerdote, quien recuerda que la madre Laura Montoya tuvo que dar serias peleas contra la Iglesia y la sociedad para sacar adelante su obra evangelizadora y social con los indígenas, en una época en la que a la mujer se le prohibía casi todo.
El Vaticano se tardará cinco años, en promedio, mientras estudia los textos y propuestas evangelizadoras de la santa colombiana, en las que visionó, sobre todo, el papel de la mujer en la Iglesia.
Ella insistía en que las religiosas debían poder al menos dar la comunión ante la ausencia de sacerdotes, algo que se logró con el Concilio Vaticano II en la década de los 60, mucho después de su muerte.
Además evangelizó a los indígenas emberas del urabá antioqueño –pese a que se lo quisieron prohibir porque era mujer–, alegando que al ser bautizada adquirió ese derecho.
En el estudio que hará la Santa Sede también pesará su propuesta evangelizadora con los nativos. Siendo educadora de profesión, antes de ser religiosa, ‘aterrizó’ las sagradas escrituras a su contexto (la selva y sus criaturas) para que aceptaran conocer a Dios.
REDACCIÓN EL TIEMPO
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