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Gina, política en un mundo de hombres/ Detrás

NotaPublicado: Mié, 17 Ago 2011, 21:37
por y_negiweluuha_y
Gina, política en un mundo de hombres/ Detrás de cámaras de la campaña

Gina Parody luce elegante. Tiene una camisa blanca, pantalón negro y botines de cuero cafés, pero cuando cruza las piernas se le ven las medias de Piolín que lleva puestas. Son cortas, blancas y tienen bordadas al canario de la Warner Brothers. Se lo hago notar y se sonroja como una niña. Ríe y me pide que no lo publique, que las medias no deberían verse.

Tengo que hacerlo. Que ella sea la única mujer entre los once candidatos a la Alcaldía de Bogotá no es casualidad: en un país donde las mujeres luchan por sus derechos, a la gente le cuesta entender que se puede seguir siendo una sin que eso signifique estar menos capacitada para ocupar un puesto. Las mujeres usan ropa de Piolín y de cuanta caricatura existe. Para luchar contra eso, para luchar contra muchas cosas más, Parody quiere ganar las próximas elecciones de octubre.

Es un lunes cualquiera y el episodio ocurre en su sede de Chapinero, esquina de la calle 59 con la carrera séptima. Gina planea su día con tres asesores y su jefa de prensa mientras la maquillan y le toman fotos. En realidad planea el resto de la jornada, que había comenzado a las 6:00 a.m. en una entrevista de radio con José Fernando Porras, de La voz de Bogotá. A esa hora, sin sus características gafas cuadradas, con la cara lavada y el pelo liso, habló del tema de la venta de  ETB, del Páramo de Sumapaz y propone centralizar la firma de grandes contratos en el Alcalde Mayor para evitar los escándalos de la administración de Samuel Moreno con los Nule.

Pasa de un tema a otro y demuestra conocimiento de la ciudad pese a haber estudiado dos años por fuera de Colombia. Habla de las Bacrim, de Los negros, de Los Tarazona, da cifras sobre educación en el Distrito y luego afirma que en Bogotá se roban 900 celulares al día. 150.000 personas de estratos 2,3 y 4, según su anfitrión, la oyen a esa hora.

Hay un corte a comerciales y Porras la regaña amigablemente, le pide que se despegue del Blackberry. Es uno de los locutores más conocidos de la ciudad, por su emisora han pasado personajes de la vida política nacional, en las paredes hay fotos con Uribe, con Samuel Moreno, con Noemí Sanín, lo que le da derecho a decirle a Parody que deje de Chatear. No lo hace por gusto, se sabe, el chat es la vía en la que la gente de hoy planea sus asuntos.

Tras media hora de entrevista, Gina deja el lugar. José Fernando Porras le da de despedida una foto impresa de los dos, tomada en una de sus pasadas visitas al programa. Le agradece y le da un abrazo de despedida. Si todo sale bien, la imagen colgará algún día en la pared de la cabina, junto a la de Samuel Moreno, o en la lugar de ella.

Una campaña en producción

A la entrevista en la voz de Bogotá Gina fue sin maquillaje y sin peinado porque no era necesario, pero ahora en su sede, momentos previos a entrar en contacto con la gente, las cámaras de los noticieros y los periódicos, debe arreglarse. No lo hace por vanidosa y es enfática en explicármelo.

Dice que a un candidato hombre no lo examinan tan minuciosamente como a una mujer, no le preguntan qué marca es la corbata o si el traje es Armani. "A uno no lo pueden ver desarreglado porque empiezan a hablar". Puede ser cierto, nadie sabe qué marca de zapatos usa Peñalosa en una rueda de prensa, pero a Parody le miran desde el alto de los tacones hasta si luce pálida.

Esa es la razón para maquillarse cuando va a salir en televisión: no le perdonan ningún tipo de descuido en su presentación personal no por ser Gina Parody, sino por ser mujer. Junto a ella Alejandra, su sobrina, saca de una caja de maquillaje de cuatro niveles todo tipo de productos.  "El primer requisito para que un país sea machista es no reconocer que lo es", concluye, mientras Alesita (así le dice a su sobrina) le echa rubor en las mejillas.

Por eso no quiere que la gente sepa que tiene medias de Piolín, por eso habla con cuatro personas al tiempo mientras se somete a que la maquillen y la peinen. Una vez termine irá a la Plaza de Bolívar a hablar con la gente y pasará por Ciudad Salitre en la tarde. Al día siguiente habrá una entrevista en RCN Radio y una conferencia en la Asociación de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Armadas.

Gina hace muchas cosas al tiempo pero no se ve atareada. Cuadra la agenda del día y desayuna papaya con huevos revueltos y pan francés mientras abre el ojo derecho lo más que puede para que le pasen el delineador. Tiene dos computadores al frente, ganchos en el pelo y el secador la ensordece; aun así, la junta sigue. Habla con Mariana Sarasti, la coordinadora de la campaña, a quien conoció cuando hacía una maestría en Administración Pública en Harvard. Quienes le critican haberse ausentado de la realidad del país durante tanto tiempo, ignoran que durante sus dos años de universidad viajaba al país con frecuencia, y que el último semestre pasó casi el mismo tiempo en Colombia que en Estados Unidos. Durante 24 meses no hizo más que estudiar, salir a correr y aprenderse de memoria la ruta Boston-Bogotá-Boston.

Ya casi es hora de salir. Parody tiene unas dudas pendientes y se las pregunta  a un asesor. "Cuándo sembramos los árboles? Tú te encargas de eso?". No da órdenes, en lugar de eso, hace preguntas. Los miembros de su equipo saben que una pregunta de ella es una orden, solo que dada amablemente.

Son casi las 9:00 a.m. y está lista. Tiene sus características gafas cuadradas, el pelo en ondas, la cara maquillada y abundante pestañina. Pregunta como quedó, todos le dicen que muy bien. Yo me uno, aunque callo que, a diferencia del electorado y las cámaras, la prefiero carilavada y sin peinado.

El tiempo de la gente

Gina comienza ahora una maratón de ocho horas en la calle, donde hablará con centenares de personas. Quien la lleva de un lado a otro es Wilson, conductor y escolta,  24 años de experiencia, ocho con ella. Se encarga de llevarle la correspondencia y la ropa, también de que en su carro no falte nada: chicles, agua, maní, pañuelos y que en la radio suene 106.9, aunque hoy suena un CD de Daniela Romo.

La mujer le cede el paso a la política cuando el carro llega a la Plaza de Bolívar. Hace sol en Bogotá, aunque no tardará en nublarse. Camina por el lugar y causa una pequeña conmoción -conmoción de candidato-. Vendedores y desempleados, escoltas y abogados, niños, vagabundos, palomas, transeúntes, periodistas; el sitio es perfecto para lo que Gina quiere: estar con la gente.

Un vendedor de incienso se acerca y le pide que le compre una barrita. Otra señora que se gana la vida vendiendo Bon Ice le pregunta qué va a hacer con los vendedores ambulantes. Está cansada aunque no son ni las 10:00 a.m. Tiene la piel quemada, las cejas pintadas y se queja de que no la dejan trabajar. A ellos se les une una tercera persona, un hombre que se gana la vida haciendo promociones con un megáfono disfrazado de payaso, y una cuarta, un señor que vende frutas en la zona desde hace 28 años. Tiene dos hijos desempleados, una hija prostituta y lo cuenta sin que en su cara se refleje el dolor.

Gina los oye, los mira a los ojos (siempre mira a los ojos) y les dice que los organizará en galerías comerciales, pero sin relegarlos a galpones donde no pasan clientes que compren sus productos. "El enemigo no es la informalidad, es el desempleo," concluye. Está en esas cuando un reportero de Caracol TV aprovecha para hacer la rigurosa nota de color y le pregunta al vendedor de incienso qué piensa de Gina. "Parece Blancanieves", responde en medio de risas. Luego, la foto con el niño de rigor. Esta vez se trata de uno de siete años que no pasa de 1,20 metros de altura. Está tan emocionado que no puede hablar, sólo sonríe y se lleva las dos manos a la boca.

El niño tiene pelo y ojos claros, es hijo de la vendedora de Bon Ice. Debería estar en el colegio, pero su madre no ha tenido tiempo para inscribirlo. Gina le pide, con la amabilidad con la que le pide algo a los miembros de su campaña, que lo matricule hoy mismo, que no le va a costar un peso.

A pocos metros de donde Gina habla con los bogotanos, Carolina Gómez, la ex reina, graba un comercial de televisión. Todos la miran, pero es a Parody a quien se acercan: un hombre con la dentadura incompleta; un joven recién graduado del colegio que tuvo que montar dos horas en bus para llegar a la plaza; una señora de falda a cuadros y chaqueta azul que le dice "ladrona de cuello blanco (blanca es la camisa que tiene Gina hoy)"; un hombre de traje y corbata que le dice que ella es la única que puede sacarnos de esta olla; una anciana que tiene problemas con su pensión del Seguro Social; un par de turistas extranjeros. El desfile no para durante horas, como si los más de siete millones de habitantes de la ciudad fueran a acercársele a preguntar algo.

Luego de un breve almuerzo en Hamburguesas el Corral del centro, la escena se repetirá por la tarde en el occidente de la ciudad, cerca a Maloka. Cuando caiga el sol irá a una reunión privada en el norte de Bogotá, y de ahí a casa, a leer y preparar el día de mañana.

Lo comenzará como siempre: estará de pie a las 4:30 a.m., rezará, meditará, mandará mails, correrá sobre la máquina trotadora y las 6:00 a.m. estará en alguna emisora hablando de sus planes para Bogotá. 

Su vida es ajetreada, muchas horas de trabajo, pocas de sueño. Nadie la forzó, Gina se metió sola porque así lo quiso. Su familia, costeña, tiene un próspero negocio de transporte marino. Trabajó algunos años en la empresa familiar, pero le ganó la política hace quince años, cuando se enteró que Ernesto Samper había recibido dineros del narcotráfico. Ese día salió con una bandera de Colombia a la Plaza de Bolívar para exigir la renuncia del entonces Presidente y la encontró semivacía, sin ciudadanos protestando. En ese momento supo que los males de este país debían combatirse desde el Gobierno.

Aun así, la familia jala. No olvida que pasó una infancia feliz en el mar de Cartagena, donde dos de sus tres hermanos estaban en la Armada, y que su look de gafas rectangulares que la ha hecho famosa se lo debe a su madre, Teresita, quien de muy joven le dijo que si iba a usar anteojos, mejor que fueran bonitos. Gina tiene unos seis pares, todos parecidos, casi todos regalados por su mamá.

Ninguna de las dos sabía en ese momento la importancia de dicho consejo. Años atrás, cuando Parody era Senadora y pasaba sus días en el Congreso, el modelo de sus gafas se volvió tan popular que las ópticas del centro tuvieron que hacer pedidos extras para satisfacer la demanda del público. Lograr que la gente sienta por sus propuestas la misma pasión que siente por un mero accesorio, he ahí un reto.

ADOLFO ZABLEH
REDACCIN ELTIEMPO.COM
 



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