Esta semana, en las afueras de Oslo, donde ocurrió la primera presentación pública del Gobierno y las Farc juntos desde que comenzaron a dialogar -hace ocho meses-, quedó marcado el difícil pulso que será el proceso de paz con esa guerrilla. Y no solo por el encendido discurso del número dos de las Farc, Iván Márquez, que cuestionó hasta la inversión extranjera. (Lea: acuerdos sobre la tierra, el primer reto en La Habana).
Si bien la beligerancia de Márquez fue lo más notorio en el auditorio del Hotel Hurdal, a donde los negociadores de lado y lado entraron en la tarde del jueves con una solemnidad propia de un hecho histórico, no menos vehemente fue Humberto de la Calle, quien entró a la segunda parte del acto claramente molesto por el tono del discurso del jefe guerrillero. (Lea: Márquez y Santrich, dos viejos camaradas).
"Para discutir la agenda minero-energética, las Farc tienen que dejar las armas, hacer política y ganar las elecciones", y "el Gobierno no se siente rehén de este proceso", dijo De la Calle en respuesta al jefe de los negociadores de las Farc, que aterrizó en esta segunda parte de los diálogos -no estuvo en la primera- pidiendo "cambios estructurales" que sobrepasan claramente la agenda ya pactada por sus compañeros con el Gobierno en Cuba. (Lea: apenas el comienzo / Opinión).
"En las Farc nadie está amilanado, estamos llenos de moral de combate", dijo Márquez, para remarcar que la guerrilla no llega a la mesa vencida.
Ataque a una pieza clave
Si bien nadie se imaginaba fácil el camino que el Gobierno y las Farc comenzaron esta semana en Noruega al instalar el proceso de paz con el que el presidente Juan Manuel Santos busca cerrar definitivamente el conflicto, el solo rechazo del número dos de las Farc al Marco Jurídico para la Paz dejó ver lo pedregoso que será el trayecto. (Lea: la paz es posible / Opinión).
"A las Farc les queda muy difícil que el Congreso les elabore un marco jurídico, cuando se ha parecido a un antro de corrupción, con casi 100 acusados de narcoparamilitarismo", afirmó Márquez. Y llegó a decir que "quien debe someterse al marco jurídico es el Estado", para pagar por "sus crímenes atroces". (Lea: Confidencias de Noruega).
Esto significa, ni más más ni menos, que las Farc están despreciando el cimiento del proceso de paz. El Marco Jurídico para la Paz fue pensado para ellas. El Gobierno tuvo que salir a defenderlo durante su trámite en el Congreso de críticas del expresidente Álvaro Uribe y de Human Rights Watch que, paradójicamente, coincidieron en calificarlo de iniciativa para la impunidad.
Esta arquitectura jurídica partió de la base de que no es realista investigar a cientos de combatientes de la guerrilla responsables de delitos graves, porque los procesos no terminarían ni en 100 años y se repetiría el fracaso del proceso de Justicia y Paz -que solo ha producido 14 condenas-. Por eso se habló de investigar solo a los máximos responsables de la guerrilla.
Y, además, es el Congreso que Márquez considera ilegítimo el que debe reglamentar el Marco para la Paz y definir la participación política de quienes dejen las armas y el tipo de penas alternativas para los autores de delitos graves.
Pero la cabeza del grupo negociador de la Farc se adelantó a este tema diciendo: "¡Cómo van a pretender que vayamos a la cárcel por hacer uso del derecho fundamental de levantarnos contra un régimen oprobioso!" Tras lo cual reclamó que Simón Trinidad estuviera en una cárcel de EE. UU. "por alzarse en armas" y pidió que ese país ponga su cuota permitiendo que el guerrillero participe en la negociación "de cuerpo presente".
En la reparación a las víctimas, quedó planteado otro punto fuerte para las negociaciones que comienzan en La Habana, de manera secreta e ininterrumpida, el 15 de noviembre. "Las Farc tienen que darles la cara a sus víctimas, eso es insustituible en estas conversaciones", dijo De la Calle. "Y ahora resulta que solo hablan de las víctimas de las Farc", respondió irónicamente el guerrillero Jesús Santrich, quien durante el acto en Noruega pareció un hincha de Márquez por la manera como celebró con gestos y señales cada cosa que él dijo.
El propio presidente Santos dijo el día que informó al país sobre los diálogos que nada sería fácil. Y las Farc lo confirmaron en Noruega al leer todo el ambicioso y amplio preámbulo del acuerdo que firmaron con el Gobierno en La Habana el 26 de agosto, y donde se subrayan puntos como que la paz pasa por "el desarrollo económico con justicia social y en armonía con el medio ambiente", la necesidad de "ampliar la democracia" y que la paz "es un asunto de la sociedad en su conjunto y requiere de la participación de todos". Una visión muy distante de la del Gobierno, que se ciñe estrictamente a los cinco puntos concretos de agenda para alcanzar un "acuerdo final".
De hecho, ayer se conoció una carta a Colombianos y Colombianas por la Paz en la que el máximo jefe de las Farc, Timochenko, dice -tras insistir en la necesidad de mecanismos para desescalar y humanizar el conflicto- que "no es posible llegar a una paz verdadera sin realizar modificaciones estructurales al injusto andamiaje sobre el cual se erige el régimen político colombiano".
Ante esto, el presidente Santos fue claro el viernes al señalar: "Sabemos exactamente qué queremos, dónde están las líneas rojas, qué podemos ceder y qué no podemos ceder".
Pero aún con todo lo espinoso que se ve el camino que recorrerán las Farc y el Gobierno, este no es intransitable, y de eso se tratará la negociación, de encontrar la salida. Y con un factor muy importante: ahora todo transcurrirá en un escenario a puerta cerrada, sin los micrófonos y las cámaras de la prensa mundial.
Una parte clave del análisis de lo sucedido el jueves pasa por entender que las Farc no iban a desaprovechar un escenario como el que tuvieron en Noruega para de tratar de legitimarse ante los ojos del mundo. Las Farc hacen parte de las listas -tanto de Estados Unidos como de la Unión Europea- de grupos terroristas, y el largo memorial de agravios expuesto por Márquez, en el que recordó desde los altos niveles de desigualdad en el país hasta la masacre de los militantes de la Unión Patriótica, tenía el claro objetivo de justificar la existencia de una lucha armada que la mayor parte de la comunidad internacional considera inaceptable. Porque aunque Colombia tenga múltiples problemas por superar, nadie en el planeta se atreve a cuestionar su carácter de Estado democrático.
Timochenko ha dicho que la intención de su grupo armado es no levantarse de la mesa hasta lograr un acuerdo. Y aunque Márquez entró hablando duro, también ratificó en público este compromiso. Porque, finalmente, y discursos aparte, ambos entienden bien que esta es tal vez la última oportunidad de una salida política para una lucha armada que tras medio siglo ha demostrado su inutilidad.
MARISOL GÓMEZ GIRALDO
Enviada Especial de EL TIEMPO
Oslo (Noruega).
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- Márquez y Santrich, dos viejos camaradas
- Confidencias de Noruega
- La paz es posible / Opinión
- Apenas el comienzo / Opinión
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