Son casi las 9 de la mañana en Puente Sogamoso, corregimiento de Puerto Wilches, Santander. Es sábado. El sol golpea como el del medio día, pero la temperatura no es impedimento para que a la entrada del colegio de esa población haya muchas personas haciendo fila esperando por una cita médica. En el último extremo de la línea está Bernarda Pico de Becerra, una mujer de 58 años nacida en San Vicente de Chucurí, pero que lleva más de la mitad de su vida en Puente Sogamoso.
No se había enterado de que en el pueblo había brigada de salud y la culpa la tiene su trabajo, en el que gana 5.000 pesos diarios haciendo oficios del hogar. Ese día, por los rumores que corrían de que había especialistas en la localidad, se aprestó a salir de la casa de familia en la que laboraba para pedir atención médica, pese a no haberse inscrito con anterioridad. Ella no tiene servicio médico desde hace casi 25 años. Asegura que en su pueblo natal, “San Vicente”, a cuatro horas, sí lo tiene, pero hace mucho tiempo no puede ir y sus recursos no le alcanzan para ir cada vez que le duele algo.
Así que esta brigada no solo fue su salvación, sino la única oportunidad que tendría en muchos días para asistir a un especialista y realizarse la citología. Después de un rato de hacer fila recibe la aprobación para ser atendida e ingresa a las instalaciones del único colegio con que cuenta la localidad y que facilitaron las autoridades de la población para realizar esta jornada de salud, debido a que el lugar no cuenta con un hospital, sino con un centro de salud en el que el médico está de manera intermitente en la semana y no hay atención especializada.
Busca el salón dispuesto para las citologías. Dice sentirse feliz porque este 2012 también pudo practicarse ese examen, que trata de hacerse “sagradamente” cada año. Aunque desde que vive en Puente Sogamoso, hace más de 25 años, no tiene servicio de salud, cumple con ese requisito para su vida. Asegura que de una u otra forma lo consigue y este año la brigada de salud organizada por la Fundación Alas, y sus aliados, Casa Editorial El Tiempo, Isagen, El Ministerio de Salud y Protección Social, La Fuerza Aérea Colombiana y el Ejército Nacional, le permitió realizárselo una vez más. Como ella, hubo 1.326 personas, entre niños y adultos, que tuvieron acceso a servicios especializados, gracias a esa jornada.
Los ‘secretos’ de su vitalidad
Mientras espera para entrar al examen, les cuenta a las otras mujeres que hacen cola sus secretos para mantenerse siempre sana. Hacerse baños íntimos con extractos naturales de “lenguaesuegra”, una planta que, asegura, se parece a la sábila y que ella misma prepara, es lo que mes a mes o cada dos practica para evitar el cáncer de cérvix. Por fortuna, su salud es única. “A mí me dicen, negra, ¿usted por qué tiene tanta vida?”.
Algo que ni ella misma entiende, pues son muchos los dolores por los que ha pasado. El físico es uno constante en el estómago con el que no “le han dado en el chiste” y al que no le presta mucha atención al no tener los recursos para tratarse. El dolor del alma le recuerda todos los días que tiene que vivir por los únicos dos hijos que le quedan.
A su esposo, con quien se mudó a Puente Sogamoso en búsqueda de un mejor futuro trabajando en las empresas de cultivo de palma africana, monocultivo que sustituyó todos los demás en la localidad, lo tuvo que enterrar cuando su hija menor tenía apenas 8 meses de vida, luego de que murió electrocutado en uno de los cultivos.
A sus dos hijos mayores aún los busca y los espera en su casa. Desaparecieron cuando tenían 12 y 14 años. “Se fueron a estudiar y nunca volvieron. Algunos dicen que se los llevaron unos hombres que vinieron en unas camionetas”. Ni ella sabe cómo ni por qué, pero esperarlos es aún uno de los motivos de su lucha diaria.
A su única hija también la perdió. La menor tenía 17 años cuando por una desilusión de amor ingirió un veneno para fumigar la palma africana. “La llevé corriendo al centro de salud, de ahí la trasladaron para Puerto Wilches, pero no alcanzamos a hacer nada”.
Y fue la violencia de la zona, la que le quitó al menor de sus hijos. En la época en la que los grupos armados imperaban, encapuchados llegaron a su humilde vivienda y delante de ella lo acribillaron. “Yo les pegaba, los mordía, les gritaba, pero no fui capaz de defenderle la vida a mi hijo”. Para ese tiempo, 2001, su pequeño tenía tan solo 15 años. Fue una de las víctimas en la zona de los paramilitares que en la época acabaron con la existencia de muchos campesinos en la localidad asegurando que eran colaboradores de la guerrilla.
Hoy solo tiene a dos de los que salieron de su vientre con vida por quienes no abandona Puente Sogamoso. Ya están casados y tienen hijos. Irónicamente, los dos trabajan en las empresas de palma, con las que estuvieron relacionadas las muertes de dos de sus seres queridos. “Si me voy para San Vicente de Chucurí no estoy tranquila por ellos, entonces así quiera vivir allá, mejor me quedo aquí”. Solo por ellos se ha resignado a estar en un lugar en el que los recuerdos duros la hacen ser más fuerte y hacen parte de los secretos de su vitalidad.
ROCÍO HURTADO ANDRADE
Redacción ELTIEMPO.COM
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