"Tía Maritza, tía Maritza..., mirá que conseguí casa...". Los gritos salen de una caja de cartón que está contra una de las columnas que sostienen los rieles del Metro, en pleno centro de Medellín. Quien alza la voz es un jovencito que acaba de cumplir los 18 años, y Maritza Jaramillo Peña es la sargento de la Policía que se recorre los recovecos de la capital antioqueña día y noche, intentado salvar vidas.
La pistola al cinto y el uniforme la hacen ver como una suboficial ruda, que hace cumplir las leyes con rigor. Pero cuando desciende de la patrulla de la unidad de Infancia y Adolescencia y es rodeada de más de una decena de niños habitantes de la calle, su rostro se transforma, y los recibe con un abrazo y un beso.
No le importa que estén sucios o piojosos y que lleven semanas sin bañarse. Ella sabe el nombre de cada uno, así como su historia, sus dolencias físicas, el estado de consumo de drogas y el desamor del que fueron víctimas.
Su primer encuentro con la calle fue una noche de marzo del 2004, cuando terminaba el servicio y se dirigía a su casa. Desde el bus vio a una niña de 2 años, escondida en un recodo del camino. "En ese momento no pude hacer nada, pero al día siguiente, cuando recibí el turno, lo primero que se me ocurrió fue ir a buscarla", recuerda.
Encontró a la pequeña en el mismo lugar; tras unos cartones se protegían su mamá y dos pequeños más. "Lo primero que dijo fue que no le quitara los niños. Y después de hablar con ella entendí que sus hijos no estaban tirados en la calle por descuido, que no eran niños maltratados sino pobres, así que esa familia me impulsó a hacer algo", agrega la sargento Jaramillo.
Así nació su compromiso inquebrantable con la suerte de decenas de niños y niñas. Hoy ha logrado rescatar a más de 200 menores.
Luego de este caso los otros llegaron por montones. Una noche tuvo que recoger a un niño de 12 años al que un taxista le dio seis machetazos cuando el pequeño intentó robarle un espejo del carro.
"Son muchachos carentes de amor y afecto, que inhalan pegante todo el día para mitigar el hambre. Este niño, que era un problema para la sociedad, hoy está a punto de graduarse", resalta Gloria.
Su actitud ha hecho cambiar la de otros policías, porque les insiste en que "los adultos tienen una deuda con ellos". Todos estos pequeños han salido de las comunas de Medellín, huyendo de la violencia, el abuso y la inestabilidad de sus hogares.
"Detrás de ese mugrero y agresividad se esconden una tristeza y una desesperanza muy grandes, así que no se les puede pedir lo que no son. Como policías, no podemos exigirles lo que no les han enseñado, por eso tenemos que pasar de la represión a la educación", afirma, mientras acaricia las mejillas de uno de ellos.
Algunos dicen que es la protectora de un montón de gamines, ella cree que solo es una mujer que ha tratado de servirles de la mejor forma a la Policía y al país durante 17 años.
JINETH BEDOYA LIMA
SUBEDITORA DE JUSTICIA
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