Paco Nadal, el viajero de los 150.000 lectores
Paco Nadal tiene 53 años y un trabajo que muchos envidian: viajar por el mundo. Hace poco se puso a contar la cantidad de días que durante un año había permanecido fuera de su casa y el número lo asustó: 220. Optó por evitar ese tipo de sumas para no hacer enojar a su mujer. “No me ha matado porque es una santa. No es fácil ser pareja de un periodista de viajes, es difícil tener una persona que te espera y que te quiere, que pasa mucho tiempo sola”, explica.
Este español es uno de los blogueros de viajes más reconocidos del planeta. Sus relatos sobre lugares como Marruecos y otros, entre los que figuran el norte de Escandinavia y el Círculo Polar Ártico, donde se ven las auroras boreales, se conocen a través de los principales medios de comunicación de su país, en prensa escrita, radio y televisión (TVE, Telecinco, Cuatro, Ondacero y RNE).
Su firma aparece en el diario El País (el de mayor tiraje en España) y su voz, en un programa semanal de viajes en la Cadena Ser, la emisora española de radio líder en audiencia; igualmente, presenta y dirige documentales para Canal Viajar, el primer canal temático de viajes hecho en España, y, además, escribe y toma fotos para guías de viaje de la editorial El País-Aguilar.
Nadal visitó Colombia hace unos días, invitado por Proexport. En su recorrido fue al cabo de La Vela (La Guajira), al parque Tayrona y a Ciudad Perdida. El primero, con su desierto junto al mar, le recordó a su Murcia natal; del segundo asegura que le gustó estar en un bosque tropical húmedo en la costa, en medio de “un paisaje único con un glaciar al lado”; y sobre su visita a Ciudad Perdida, el poblado Tayrona escondido entre la selva de la Sierra Nevada de Santa Marta, dijo en su blog que estaba “cumpliendo un sueño”.
Esa idea de no dejar pasar los mejores momentos lo empuja desde que tenía 30 años a ir de un lugar a otro porque –afirma– “es un desperdicio pasar la vida haciendo algo que no te gusta”. Nadal estudió química y durante cinco años dirigió la empresa de productos químicos de su papá; pero no era feliz. Nunca le gustó la ciencia. Iba “por un camino torcido” y quería corregirlo. Por eso persiguió su sueño de ser fotógrafo y reportero.
Un día se levantó con la certeza de que, aunque tenía la vida “muy hecha y muy fácil”, era preciso dejarlo todo y empezar de cero. “A todos nos llega un momento de lucidez que nos permite ver que vivir la vida que nos han planificado no merece la pena. A nadie que conozca que haya hecho eso le ha ido mal”, reflexiona Nadal, que entonces se inscribió en el máster de periodismo del periódico El País y abandonó Murcia para irse a Madrid.
Allí, por un año, trabajó en una redacción aparte, en la escuela de periodismo del diario. Él y otros 40 estudiantes elaboraban un periódico que nunca se publicaba, pero que se imprimía y servía para que los profesores les exigieran a los alumnos como si en realidad saliera a la calle todos los días. Después se quedó trabajando en esa casa editorial.
Hoy afirma que cada mes emprende al menos un viaje, que dura entre 15 y 20 días. Ese constante ir y venir se refleja en su blog, en el que describe sus aventuras con la intención de situar al lector en el lugar que visita. Siempre incluye varias fotos, y no solo de paisajes: ahí están las botas que terminaron embarradas en su caminata por Ciudad Perdida y la ropa extendida al sol en cuerdas para tratar de secarla, a pesar de la humedad del 85 por ciento que lo empapa todo allí.
Aunque a muchos viajes lo invitan entidades como oficinas de turismo y agencias de viaje, cuenta tanto lo bueno como lo malo de sus experiencias. “Si tengo que decir que las cobijas huelen mal y hay chinches, lo digo”, explica para referirse a los comentarios que hizo sobre su estadía en Ciudad Perdida, en los que recomendó a sus lectores no usar las sábanas que se ofrecen a los turistas en el campamento.
Esa independencia es vital para él. “Los periodistas no tenemos más patrimonio que la credibilidad”, sostiene al contar que no por el hecho de que lo lleven a un lugar está obligado a hablar bien de él. Por eso es selectivo y solamente acepta aquellos viajes que para él valen la pena.
Esa credibilidad –afirma– se ha vuelto más difícil de mantener a raíz de la crisis de los medios de comunicación, que “no tienen lo suficiente para costear los gastos de viaje”. Por eso ahora, a diferencia de lo que sucedía en sus inicios como cronista, cuando él mismo pagaba sus desplazamientos porque el dinero que obtenía le bastaba, se ve obligado a trabajar para muchas empresas. Así logra ir a aquellos sitios que quiere conocer.
Ha estado por su cuenta, entre otros destinos, en Islandia, Groenlandia y Marruecos; luego, con lo que les factura a sus clientes, recupera el dinero gastado. “Conservo mi independencia con lo que me pagan los medios para los que trabajo. No cobro por viajar, pero decido a dónde ir y de qué hablar”, comenta, y agrega que su formación científica le ha permitido “ver el mundo de una manera más racional”.
Colombia, país distinto
La que terminó esta semana ha sido su tercera visita a Colombia. La primera fue a mediados de la década de los años 80. Recuerda la inseguridad de la época y la belleza de las caleñas, así como la suciedad y el caos de la capital.
Regresó hace dos años, por invitación de Proexport, para ir a San Andrés, Leticia, Bogotá y el Eje Cafetero, y descubrió un país distinto, seguro para viajar. “Aquí te pueden robar, pero eso te puede pasar en cualquier parte. Con sentido común un turista puede ir a cualquier lugar”, indica.
Le gusta viajar solo porque de esa manera –manifiesta– trabaja mejor y se convierte en “una esponja” que absorbe información, pero también admite que a veces esa soledad lo golpea. “Hay momentos en que la belleza es mayor si la compartes con alguien a quien quieres”, dice.
En todo caso, lo fundamental, según él, es contar buenas historias, no importa si esto se hace por escrito, con fotos, por Facebook o por Twitter. “Se trata de transmitir sensaciones, esa es la misión”. Una misión que muchos envidian.
JUAN URIBE
REDACTOR DE EL TIEMPO
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