Los números insólitos del 24 de diciembre en C

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Los números insólitos del 24 de diciembre en C

Notapor ogafs » Mié, 25 Dic 2013, 07:17

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Los números insólitos del 24 de diciembre en Colombia

Si Jesús niño o adulto volviera hoy por estas tierras, en esta época de actividad febril, tendría que reconocer que aquí, en Colombia, todo puede pasar.


Con sorpresa, sus ojos, que todo lo ven, todo lo saben, podrían calcular las cifras (que no por ser números dejan de ser datos reveladores, poéticos en algunos casos) de una nación en la que cada diciembre se disparan todos sus índices, una realidad descomunal que se supera a sí misma todos los años.


Lo primero que vería en este país quizás le parecería al menos curioso.


Nuestro país tiene 2’300.204 Marías y 1’402.227 Josés. Ellos de seguro no sospechan o ya olvidaron la procedencia de estos, los dos nombres más comunes en el territorio nacional. Pero qué importa.


Jesús, en cambio, ‘Chucho’, por más señas, tiene en Colombia apenas 255.313 tocayos.


Se llaman Jesús, sin duda alguna, en contra de su voluntad, como quiera que el bautismo aquí se practica cuando la persona, como bebé que es, se encuentra al margen de cualquier decisión a ese respecto.


La reiteración de un nombre que no solo muestra lo católicos que somos, sino que sus padres siguen a la espera del redentor milagroso. Un mesías propio.


Entre los jesuses colombianos se encuentra Ababdón de Jesús, ese sí, sin tocayo tal vez en el mundo. (Todos los datos acerca de los nombres fueron proporcionados por la Registraduría Nacional del Estado Civil).


Otro es Emmanuel Rodríguez, un colombiano marcado, como tantos, por la celebración católica del nacimiento de Cristo: “Yo me llamo Emmanuel por ‘Emmanuel preclaro’, el de la novena de Aguinaldo. Porque cuando nací brilló toda la Tierra”.


Y hay, por supuesto, combinaciones inesperadas, como Adriana Clemencia del Corazón de Jesús y de la Santísima Trinidad, con 65 caracteres. O Martha Magdalena María de Santa Teresita del Niño de Jesús, que no se le queda atrás, con 54.


Si Jesús de Nazareth viniera de nuevo podría disponer de actores de reparto suficientes para el montaje de un pesebre navideño de proporciones masivas: hay en nuestro país 908 personas que fueron bautizadas con el nombre Gaspar, 286 que se llaman Melchor, y 140 a quienes designaron como Baltasar.


“Yo no sé si es bueno o malo, pero Gaspar me parece un nombre de gato o de rey, y yo no soy ni lo uno ni lo otro”, dice con mucho sentido del humor Gaspar García, un bogotano que se desempeña como profesor de escuela.


Este es realmente un dato de poca relevancia al lado de los siguientes, a la hora de mostrar cuánta influencia puede llegar a tener un hecho de fe como la Navidad en la vida real de la gente: son 10.738 las mujeres colombianas a quienes en la pila bautismal les dieron por nombre Natividad.


Eso sí, por fortuna para nuestros menores, Colombia solo cuenta con nueve Herodes, nombre del rey que organizó la matanza bíblica de los inocentes.


A propósito, si falta alguna prueba de que efectivamente la Biblia es el best seller de cabecera de los sacerdotes, no hay más que verificar este otro dato sustentado por la Registraduría: tenemos 18.897 mujeres que se llaman Belén y 1.700 denominadas Nazareth, topónimos que, hechas las cuentas, resultan más afortunados como nombres femeninos que los colombianos Bogotá o Chía.


Entre Dios y Dioselina


La búsqueda de nombres no termina en la Biblia o en el Almanaque de Brístol.


Nada menos que 479 colombianitos fueron bautizados Dios. Y se ha llegado al fervoroso extremo de que hay un Dios Ángel y un Dios Pagita del Carmen.


Este rebuscado deseo de hacer tributo a la divinidad también cuenta con su versión femenina: son 17.621 las mujeres de nombre Dioselina.


“Llamarse Dios es una gran responsabilidad —me confiesa Dios Gómez—. Hay que saber representar su espíritu aquí en la Tierra”.


Y se lo toma tan en serio este vendedor ambulante que guarda una biblia entre su cajón de confites.


No es difícil imaginar, a estas alturas, la perplejidad de Jesús en nuestra hipotética gira por Colombia, pues su visión sobrenatural ya habría comprendido la esencia de esa extraña concepción cómica del mundo que profesamos: nuestra verdadera vocación es ser un universo navideño.


Si no, que lo diga Niño Dios Capurganá, un antioqueño que tiene un hotel hecho de materiales reciclables en el Chocó, y con frecuencia debe lidiar con el accidente de haber nacido un 24 de diciembre.


Y otras sorpresas


Si Jesús viniera a nuestro país se asombraría al ver desde muy lejos el resplandor incandescente de los 12 millones de bombillos públicos que se instalan en Bogotá para esta época, y otros tantos millones de guirnaldas nórdicas en pleno trópico.


Tal vez querría mirar de cerca las costumbres de este país tan comprometido con la Navidad. Al entrar la noche navideña, se comienzan a beber la gran mayoría de los 74’342.847 de botellas de aguardiente y de los 42 millones de botellas de ron que se venden en diciembre.


Y verá a los devotos persignándose. Observará los coloridos globos nocturnos, volátiles, elevarse hacia el cielo. Oirá, con su agudísimo oído, las plegarias silenciosas de los menesterosos. Verá los voladores, sus hilos de luz ascender, más veloces aún, hacer su parábola y caer en un potrero cualquiera o en el techo de una frágil casa de tugurio. Todo esto, globos incendiarios y pólvora que no cayeron en la pesquisa de los 33.771 kilogramos que han sido decomisados hasta ahora por las autoridades.


Y así, al llegar la cena navideña, presenciará los banquetes ostentosos, las abundantes comilonas que terminan casi siempre en falsa alarma de preinfarto.


Esta costumbre, saca a la luz números que maravillarán seguramente a Jesús en su vuelta a Colombia: Corabastos, el mayor distribuidor de alimentos del país, mueve 400.000 toneladas de alimentos en diciembre.


Casi 12.000 millones de pesos al día.


El auge comercial es frenético. En este mes se comen aproximadamente 99.555 toneladas de pollo.


Pero el verdadero protagonista no es la oveja arisca, el cordero manso. Es el cerdo, introducido, según los expertos, por Cristóbal Colón en su segundo viaje, pues resulta el más apetecido: 300.000 animales son sacrificados.


Esta cultura produce cifras como la de Antioquia, donde se come en promedio 17,5 kilos al año por habitante, casi un cuarto del peso regular de un cerdo listo para el sacrificio.


Los residuos de tanto exceso son otra desmesura. En diciembre, los gallinazos tienen su propio festín de fina culinaria navideña solo en el botadero de Doña Juana.


La conmemoración decembrina genera como subproducto 8.000 toneladas de basura diaria. El promedio histórico del resto del año es del orden de 6.000 toneladas diarias.


De tanto exceso no solo quedan los residuos y las apocalípticas resacas.


Queda también el sobrepeso. Como si emularan al antiguo símbolo normando de la Navidad, hoy el Papá Noel de todos, algunos colombianos, desde enero, ostentan unas barrigas que recuerdan a la boa de El Principito.


Es verosímil que ninguna divinidad podría sentirse a gusto en un festejo semejante.


La cuesta de enero


Si Jesús de Nazareth nos visitara por estos días encontraría que en los ancianatos y en las cárceles la soledad dobla su intensidad. Mueren más viejos y algunos presos se quitan la vida.


Este es el tiempo en que los opositores más radicales de la Navidad, con sus críticas contra la mercadotecnia y el consumismo, se sorprenden a sí mismos, de repente, silbando algún villancico trasnochado que los habita desde la niñez, comiendo algún buñuelo que rezuma aceite de freír.


En la quincena siguiente a la Navidad, en enero, los gimnasios se abarrotan de gente. La cuota de matriculados se incrementa en un 40 por ciento. Pero son pocos los que resisten la rutina de sudor y sufrimiento.


A la disciplina militar del ejercicio diario le oponen la buena vida, el gozo de una panza satisfecha.


A esas alturas, Jesús se atrevería a sacar sus propias conclusiones: después de tantas cifras y números, los humanos habitamos un paisaje navideño, el pesebre vivo de un carnaval sin tiempo.


SANTIAGO GÓMEZ LEMA
Redactor de EL TIEMPO



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