“Pies, para qué los quiero si tengo alas pa volar”.
Esa frase, en letra cursiva, la escribió Frida Kahlo en 1953, el mismo año en el que le amputaron la pierna derecha por debajo de la rodilla –un año antes de morir– sobre la pared de la sala principal de su casa: la Casa Azul.
Hay leyendas del lugar donde nació y murió la artista mexicana. Se dice que por las noches se escuchan sus lamentos por los pasillos de la casona, de 1.200 metros cuadrados, pintada de azul y ubicada en la calle Londres 247 en el barrio Coyoacán, uno de los más emblemáticos, bellos y antiguos de la Ciudad de México.
“Son puros rumores”, desmiente y sonríe Yadira Mendoza, guía del lugar, convertido en museo cuatro años después de la muerte de Frida, considerada la artista latinoamericana más conocida en el mundo, uno de los iconos más representativos de México y cuyo rostro está plasmado en millones de souvenirs. Ella, guía hace varios años, nunca ha escuchado ni visto nada raro.
Pero no hay que ver ni escuchar nada sobrenatural para percibir que algo de Frida o de su espíritu, de sus amores y sufrimientos –o todo eso junto– palpita en este espacio. El sitio guarda un misticismo especial que contagia fácilmente a los visitantes –25.000 al año, el 70 por ciento extranjeros– sobre todo a aquellos que han leídos sus biografías, que admiran su obra o que se enamoraron de ella después de ver la película protagonizada en el 2002 por Salma Hayek.
Si usted va a Ciudad de México y admira a Frida Kahlo, debe empezar por la Casa Azul. Aunque ese no es único lugar donde la pintora dejó sus huellas (ver notas anexas).
A la entrada lo primero que aparece es una chimenea que dice: ‘Diego y Frida transformaron la casa de sus padres en su hogar’. Sí. Esta fue la casa donde ella vivió con su familia y que Diego Rivera –su más grande amor, el hombre que la traicionó hasta con su propia hermana, su esposo dos veces– compró al pagar las deudas que Guillermo Kahlo, su suegro, ya no podía pagar.
Y empiezan a aparecer varios de sus cuadros, comenzando por uno con toda su familia. También está ‘Frida y la cesárea’, donde se dibujó desnuda sobre una cama, con los ojos cerrados, al lado de una imagen de Diego, de un bebé con la cara parecida a la de Diego –como se imaginaba que podría ser su hijo–, de una mujer –su hermana Cristina– y la de varios médicos con batas blancas. La cesárea nunca ocurrió.
Frida, debido a los dolores y a los problemas de salud que arrastró toda su vida –la pierna derecha más corta que la izquierda, producto de una poliomielitis a los seis años; la columna destrozada tras un accidente en un autobús, a los 18 años– tuvo tres embarazos que terminaron en abortos.
“La pintura ha llenado mi vida. He perdido tres hijos y otra serie de cosas que hubiesen podido llenar mi horrible vida. La pintura lo ha sustituido todo...”, escribió ella, haciendo gala de esa crudeza que también caracterizó su obra.
En el segundo piso queda su estudio, que, como cada objeto del museo, revela la intimidad de la artista: la silla de ruedas, como esperando a su dueña; el caballete que le regaló el político estadounidense Nelson Rockefeller, los tarros de pintura verde, amarilla y azul, los pinceles, un espejo de madera y los medicamentos que ya no le calmaban los dolores.
Hay una primera cama, con un espejo pegado en el techo que su madre mandó a instalar cuando sufrió el accidente –por eso comenzó a autorretratarse– con imágenes de Lenin, Stalin y Mao Tung. Diego la ubicó en ese cuarto para que la vista al jardín sirviera de inspiración y consuelo ante los martirios que ya no la dejaban caminar.
Sobre una mesa hay dos relojes con una leyenda que dice: ‘Se rompieron las horas’. El primero le recordaba el día en el que descubrió que Diego le era infiel con su hermana Cristina, en 1939 –que la llevó a separarse– y el segundo, el día en el que decidió casarse de nuevo con Diego, un año después.
Hay una segunda cama, donde falleció, la misma donde la llevaron nueve meses antes de su muerte a la única exposición que hizo en Ciudad de México, de la que no se podía parar por lo enferma que estaba. Sobre un tendido blanco reposa su máscara mortuoria, esculpida en cerámica verde.
Sobre el tocador, sin ningún aviso, reposan sus cenizas dentro de urna prehispánica en forma de sapo. Ella le decía a Diego: sapo-rana.
Las muletas, los corsés que enderezaban a las malas una columna chueca, las prótesis y sus botas ortopédicas fueron llevados a una sala temporal. Hay quienes lloran al ver todos esos objetos que atestiguaron el sufrimiento de Frida.
En un salón contiguo hay una colección de sus vestidos: las faldas largas que usaba así de largas para ocultar que tenía una pierna más larga que la otra, las blusas coloridas y estampadas con flores, los tocados que lucía sobre la cabeza.
Hay un universo de cosas para ver –y sentir– en el principal santuario de Frida. Con razón el poeta mexicano Carlos Pellicer escribió: “La casa, pintada de azul por dentro y por fuera, parece alojar un poco de cielo”.
Dirección: Londres 247, Coyoacán. Abierto de martes a domingo. Valor entrada para extranjeros: 80 pesos mexicanos (unos 14.000 pesos colombianos).
Colegio de San Idelfonso
Frida y Diego se conocieron en 1922 en la Escuela Nacional Preparatoria de la Ciudad de México, hoy sede del colegio de San Idelfonso. Ella tenía 16 años, y él, 36. Cuando se conocieron, Diego pintaba, por encargo de los jesuitas -dueños del colegio- un mural al que denominó La creación. El lugar, ubicado en el Centro Histórico, alberga una interesante colección de murales.
Dirección: Justo Sierra 16. Abierto de martes a domingo. Valor entrada para extranjeros: 45 pesos mexicanos (unos 5.000 pesos colombianos). Los martes es gratis la entrada. www.sanildefonso.org.mx
Museo Dolores Oviedo
La colección más importante de pinturas de Frida Kahlo está en el Museo Dolores Oviedo. Son 27 piezas, entre estas algunas de las más famosas: La columna rota, Hospital Henry Ford, Autorretrato con changuito y Unos cuantos piquetitos. El museo queda la parte sur de la ciudad, en el sector de Xochimilco, y es una construcción que data del siglo XVII.
Dolores Oviedo, gran coleccionista de arte, adquirió esos cuadros por sugerencia de Diego Rivera, de quien fue modelo, amiga y mecenas. Y fue una de las más grandes rivales de Frida.
El museo está rodeado de jardines habitados por pavos reales y xoloizcuintles, los perros mexicanos sin pelo. Y también alberga una gran colección de obras de Diego Rivera.
Las colecciones de Frida y Diego fueron prestadas al museo de lOrangerie, en París, y regresan en el próximo mes de marzo.
Dirección: Av México 5843, La Noria, Xochimilco. Abierto de martes a domingo. Valor para extranjeros: 65 pesos mexicanos (unos 12.000 pesos colombianos) Los martes la entrada es libre. www.museodoloresolmedo.org.mx
Museo de las casas gemelas
Por encargo de Diego Rivera, el arquitecto mexicano Juan O’Gorman diseñó una casa para él y otra para Frida, que se comunican entre sí a través de un puente, para que cada quien tuviera su estudio. Se llama Museo casa estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, pero se conoce como ‘las casas gemelas’.
Construida en 1931, fue una de las primeras maravillas arquitectónicas de América Latina. Allí vivieron juntos hasta 1941, año en el que falleció el padre de Frida. Entonces, se trasladaron a la Casa Azul.
Dirección: Av. Altavista esquina Diego Rivera. Abierto de martes a domingo. Valor para extranjeros: 12 pesos mexicanos (unos 2.000 pesos colombianos).
www.estudiodiegorivera.bellasartes.gob.mx
JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO
REDACTOR DE EL TIEMPO
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