En estas épocas de deforestaciones recalcitrantes, humedales averiados por el avance urbano, de especies de animales amenazadas por la pérdida de bosques y de un cambio climático que no parece ser una fábula, por suerte no falta la luz al final del túnel. La esperanza, esta vez transformada en un grupo de 900 profesionales que están empeñados en hacerle frente a la confusión ambiental, o al menos ser una piedra en el zapato en medio de su avance.
Ellos conforman una organización que, aunque desconocida para la mayoría, intenta hacer la diferencia entre el caos y el orden: es la Red Colombiana de Restauración Ecológica, que busca recuperar o rehabilitar ecosistemas degradados; desde un bosque altoandino que por la acción del hombre se ha transformado en una cantera hasta un páramo destruido por la minería.
No son como superhéroes que acuden al instante luego de la llamada urgente de un ambientalista acongojado. Prefieren ser como un punto de encuentro de entidades, grupos de investigación y personas del común para buscar soluciones ante tantos hábitats arrasados. Botan ideas, buscan alternativas y tratan de que aquello que la Tierra ha creado durante millones de años, y que el hombre destruye en segundos, retome la senda de la supervivencia.
“Somos profesionales que, al contrario de lo que muchos pensarían, no queremos tener mucho trabajo, es decir, sitios por rescatar, lo ideal es que todo estuviera en buen estado. Si la gente supiera lo que cuesta reparar un ecosistema, nunca lo dañaría”, dice el fundador de la Red, el biólogo, ecólogo y profesor de la Universidad Javeriana José Ignacio Barrera, un paisa oriundo de Yolombó (Antioquia) que hoy clama para que el país se reordene, realice un nuevo plan de ordenamiento territorial –por el bien de la naturaleza y por el futuro de las próximas generaciones– y expida un Plan Nacional para la Restauración Ecológica, una idea que permanece estancada en el Ministerio de Medio Ambiente, que convertiría al país en el primero del mundo con una iniciativa de este tipo y que daría pistas al territorio sobre cómo reponer lo estropeado.
“Es que cuando llega el invierno, por ejemplo, nuestra estrategia para que no haya desastres no puede seguir siendo rezarle a Dios para que detenga las lluvias”.
¿Cuál cree que ha sido el principal daño que ha sufrido el país por esa falta de planeación?
Que nos hemos conformado con echarle la culpa de todo al cambio climático, cuando lo que sucede en realidad es que no conocemos con rigor lo que tenemos, ni tampoco su valor. Por ejemplo, sabemos que el páramo de Chingaza es vital para que Bogotá tenga agua, pero si no fuera así, si de allí no saliera el agua para 8 millones de personas sino para 50, le aseguro que lo estaríamos explotando o habría muchos mirando qué mineral sacar de allí. O estaría lleno de papa o ganadería. Y eso pasa en muchos lugares del país, sin aplicar el principio de precaución, que nos invita a pensar que si no sabemos con certeza las consecuencias de un daño, lo mejor sería no dar una licencia ambiental.
Hay muchos bosques, áreas marinas o manglares nacionales afectados por la deforestación, la agricultura extensiva, especies invasoras, urbanización, industrialización. De todas estas, ¿cuál es la mayor amenaza?
La que genera mayores estragos es el avance en área de la agricultura y la mala gestión de la tierra; pero, ¿quién pelea con los campesinos o con quienes nos dan la comida? Para dirimir este conflicto estamos en mora, desde hace décadas, de realizar una gestión o planeación sostenible del territorio, que nos diga, entre otras cosas, por dónde podremos extender esa agricultura sin ocasionar daños.
¿Hay un estimado de cuánto puede costar restaurar un ecosistema degradado?
No es fácil. Y no es un ejercicio que se limite a sembrar un arbolito o agregar un abono al suelo. La naturaleza se ha demorado millones de años en crear un lugar, entonces repararlo no puede lograrse en poco tiempo ni con poco dinero. Aquí, lo importante es decir que estamos destruyendo sitios que nunca hemos estudiado. Estamos viviendo en una cultura de la destrucción ambiental, en medio de un único plan de gastos y sin un plan de desarrollo propio.
¿Cuáles ecosistemas deberían restaurarse con urgencia, por su valor ambiental?
Los bosques secos, los páramos, el bosque alto andino, en donde nacen los principales ríos del país; en fin. Los sitios para cuidar y rehabilitar se deben evaluar y priorizar y esa es una tarea que el país no ha hecho. Además, porque cada uno de ellos cumple una misión específica. Un ecosistema puede no ser importante hoy en términos de servicios ambientales, pero sí puede resultar determinante en el futuro, para la vida de nuestros hijos.
¿Hay buenos ejemplos de restauración?
Destaco algunos esfuerzos por rescatar algunas canteras en Bogotá que se convirtieron en aulas ambientales, en el Eje Cafetero se han logrado hacer corredores biológicos como el de Barbas-Bremen –entre Filandia, Circasia y Salento, en el Quindío, y Pereira (Risaralda)–, que conecta fragmentos de bosque que han quedado aislados por la agricultura. Pero no podemos decir que hemos restaurado, porque nunca vamos a recuperar lo que teníamos originalmente.
¿Y recuperaciones defectuosas?
Aunque no fue propiamente una restauración, hay que decir que no fue una buena decisión lo que se hizo en los cerros orientales de Bogotá que, después de haber sido talados a principios del siglo XX para sacar materiales de construcción, se reforestaron con pinos o eucaliptos, que aunque frenaron la erosión, son especies exóticas y poco adecuadas. Un reto importante sería reconvertir esos cerros en el bosque que originalmente fue, con especies nativas.
¿Faltan restauradores ecológicos?
Hacen falta muchos. Hay daños por decenas y pocas personas listas a atenderlos. Demasiados enfermos y pocos médicos.
¿Cree en la minería ecológicamente sostenible?
Esa minería no existe estrictamente. La minería, que a diferencia de la agricultura no se extiende de la misma forma ni afecta la misma cantidad de hectáreas, destruye lo que toca sin remedio. Pero también ocurre lo mismo cuando hacemos una vía o un embalse. Lo importante es determinar en dónde debemos hacerla y en dónde no. Lo peor que nos puede pasar es que los ecosistemas, que son nuestros bancos de ahorro, se degraden; es como si usted tumbara la casa donde vive.
El Gobierno ha planteado locomotoras del desarrollo en varios sectores, para impulsar el crecimiento económico. ¿Cómo analiza ese avance frente al tema ambiental?
No existirá el desarrollo mientras no haya planeación. No habrá dinero que valga. ¿Cuánto dinero perdió el país por el desastre ambiental del invierno entre el 2010 y el 2011? Billones de pesos. Mientras no hagamos gestión del territorio, sucesos así se repetirán.
¿Confía en la creación de zonas protegidas o más bien prefiere un desarrollo sustentable sin restringir las actividades económicas en determinadas áreas?
Es una opción válida, pero nos falta conocer mejor qué debemos cuidar. Debemos tomar decisiones, así sean costosas y con buena información, porque estamos transformando sin estudios. ¿Y luego, con el daño hecho, de dónde va a salir la plata para restaurar?
JAVIER SILVA HERRERA
Redacción Vida de Hoy
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