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A bordo del Guerrero del Arcoíris

NotaPublicado: Vie, 19 Jun 2015, 15:39
por MHice

No llueve. Ni siquiera hay aviso de tormenta, ni mucho menos de mareos. La tripulación descansa, el cocinero tiene tiempo de hacer bromas y al capitán se le ve tranquilo, caminando por cubierta. El sol pega intensamente contra el casco, no hay ruidos de motores a toda marcha, la visibilidad no tiene nubarrones a la vista, las velas están recogidas y la bandera que lo acredita como un experimentado barco holandés se exhibe en reposo. Tal vez el peor momento para conocer un barco, tal como lo indica este fragmento de bitácora, sea cuando una cuerda lo ata a algún puerto. Pero bueno, estás dentro del Rainbow Warrior III, el barco insignia de Greenpeace, y eso ya te instala automáticamente, y así sea por un instante, en una pequeña aventura.


Porque en él viajan hombres y mujeres de muchos países; pero tal vez lo más importante es que allí se conjugan y se mueven errantes las ideas de esta organización ecologista, tal vez la más famosa del mundo, que realizó su primera acción concreta en favor del medioambiente –y contra las pruebas nucleares– en 1971 y que desde ese momento ha luchado contra la matanza de ballenas, las explotaciones de petróleo en lugares prístinos, a favor de la preservación planetaria, en fin. La piedra en el zapato frente a todo aquello que implique la destrucción de algún escenario natural trascendental.


El Guerrero del Arcoíris, como se llamaría si hubiera nacido en Colombia, llegó a Cartagena hace una semana, en su primera visita al país. Se quedará en la Heroica hasta mañana. De allí regresará a México y apuntará su brújula hacia el Mediterráneo, para completar su segunda vuelta al mundo desde que fue bautizado el 14 de octubre del 2011, con motivo de los primeros 40 años de Greenpeace.


No solo es el corazón de Greenpeace en los océanos del mundo, también es uno de los barcos más ecológicos que existen. La Organización Marítima Internacional, órgano de Naciones Unidas responsable de la seguridad de las embarcaciones y de la prevención de la contaminación marina, le otorgó el ‘pasaporte verde’, donde consta que el diseño y equipo del barco, al igual que su pintura, no dañan la vida en los mares ni son contaminantes.


Costó cerca de 22 millones de euros, reunidos por medio de 100.000 donaciones. Tiene un motor de propulsión diésel y eléctrico. No es muy grande –mide 58 metros de largo y pesa 872 toneladas–, pero se desplaza con facilidad y con la fuerza del viento, impulso que logra con dos mástiles en forma de ‘A’ de 55 metros de altura y velas que miden 1.260 metros cuadrados. Para moverse, el barco puede depender de ellas en un 70 por ciento, lo que le permite ahorrar mucho combustible.


“Este es un barco de vela que de vez en cuando usa motores”, dice su capitán, Daniel Rizzotti, un hombre de mar que ya perdió la cuenta de las veces que le ha dado la vuelta al planeta después de 18 años al mando de barcos de Greenpeace, y quien, como si contara los sucesos de sus últimas vacaciones, me dice que en el 2005 estuvo preso por liderar los bloqueos de los puertos de Southampton (Inglaterra) Róterdam (Holanda) y Cádiz (España), para protestar por la invasión aliada a Irak.


Con Rizzoti a la cabeza, toda la tripulación del Rainbow Warrior III, que se embarca durante tres meses para tener otros tres de vacaciones, debe participar en las labores de aseo de la embarcación, trabajo que se extiende incluso a aquellos periodistas o personalidades que hayan sido invitados a navegar.


Aquí todo se recicla religiosamente y se come poca carne. La alimentación, que está dirigida en este momento por el chef mexicano Daniel Bravo, es básicamente vegetariana. Tiene sala de descanso, comedor y sala de prensa. Es tal vez el único barco de vela del mundo con helipuerto. Y con una sala de comunicaciones que puede convertirse en salón de crisis, un recinto de tal vez unos cinco metros cuadrados, con puerta blindada, en el que toda la tripulación debe refugiarse en caso de algún ataque.


Este es el sucesor de dos barcos anteriores que llevaban el mismo nombre –el Rainbow Warrior y el Rainbow Warrior II, el primero hundido en 1985 por el servicio secreto francés, cuando quiso detener ensayos nucleares franceses en la isla de Muroroa, y el segundo, donado a una ONG sanitaria–.


Sin duda, un aguerrido navío que ha liderado batallas, por ejemplo, por la detención de la deforestación y la pesca ilegal; también por la preservación del Ártico frente al intento de la multinacional Shell por extraer crudo del subsuelo helado, y que arribó y desembarcó en el país con un mensaje frontal: no a la minería en los páramos. Así se protocolizó la primera misión de Greenpeace en Colombia, como también su entrada definitiva a la nación más biodiversa del mundo. Y aunque no suena tan coherente que un mensaje a favor de la preservación de los páramos se lance desde el mar, precisamente en ese aparente contrasentido nace su impacto.


Uno de los primeros en recibir a los visitantes cuando se aborda el Rainbow Warrior III es Martín Prieto, director ejecutivo de Greenpeace Andino, que explica que la organización no descansará mientras los proyectos de extracción se enfoquen en estos ecosistemas de alta montaña, denominados ‘fábricas de agua’. Y el trabajo para que esto no ocurra se enfocará, inicialmente, en el páramo de Pisba (Boyacá) donde Prieto dice que se deben revocar los tres títulos mineros que le fueron otorgados a la empresa Hunza Coal para extraer carbón en ese ecosistema.


Esta empresa tiene tales títulos desde el 2009 pero, años después, la Corporación Autónoma Regional de Boyacá (Corpoboyacá) le modificó la licencia ambiental y le permitió ampliar sus actividades en el páramo. Ahora el abastecimiento de agua para 10.000 habitantes del municipio está en riesgo, según le explicó a EL TIEMPO Mauricio Reyes, de la Asociación de Acueductos Comunitarios de la población boyacense de Tasco, zona de influencia del proyecto.


“Pacíficamente y sin poner en riesgo la vida de nadie, como es nuestra política, lograremos que las pretensiones de extraer carbón de Pisba sean retiradas y se revoquen esos títulos”, dice Prieto.


Hasta allí llega su discurso. Se aleja para acompañar a unos recién llegados al barco que han optado por recorrerlo. Pero antes replica: “La irresponsabilidad ambiental de las empresas no se puede combinar, como en este caso, con la tolerancia del Gobierno. Hacer un llamado de atención sobre esto es el objetivo con el que acabamos de desembarcar en Colombia”.


JAVIER SILVA HERRERA
Redacción Vida de Hoy


 



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