No obstante la relación tan íntima que tenemos, al punto de que soy uno de sus inquilinos más preciados, me veo en la imperiosa necesidad de pedirle ayuda.
Le habla su riñón. Sin la intención de caer en melodramas o en hipérboles innecesarias, permítame recordarle lo que soy: un par de órganos en forma de fríjol, de más o menos 150 gramos cada uno, que usted carga arribita de su espalda.
No pretendo enredarle la vida diciéndole que soy un órgano retroperitoneal; solo quiero decirle que no estoy en la región lumbar, cerca de sus nalgas, donde usted se toca cuando le duele la espalda. Me domicilio justo debajo de sus costillas, detrás de una membrana llamada peritoneo.
Permítame insistirle en que soy algo más que una simple fábrica de orina. Soy el encargado de limpiar el cuerpo de todos los tóxicos que se producen en sus células. Me encargo de manejar el agua de su cuerpo y las sales o electrolitos. También me ocupo de cuidarle el calcio y el fósforo, evito que tenga anemia y le regulo la acidez que lo puede matar.
No le escribo para lamentarme. Es más, a usted le consta que he sido silencioso, pero hoy quiero que me oiga porque cada vez son más los atentados que usted viene cometiendo contra mí, sin saberlo.
Sin ánimo de asustarlo, permítame contarle mi tragedia con algunas cifras: en el país existen 27.637 personas con falla renal crónica en las cuales yo no sirvo, y por eso deben vivir pegadas a una máquina que cumple mi tarea (diálisis). Lo que es peor: hay 1.604 angustiados pacientes que esperan reemplazarme en su cuerpo por otros riñones menos averiados (trasplantes).
Insisto: no quiero convertir esta misiva en un rosario de quejas, pero me toca hacer énfasis en su maltrato inconsciente hacia mí y que me lleva, poco a poco, a dejar de funcionar.
Probablemente me dirá que tiene diabetes, presión arterial alta, lupus eritematoso sistémico o síndromes raros, como el de Alport o enfermedad de Fabry, y que por eso es natural que yo me dañe, pero existen cosas simples que puede hacer para evitar mi deterioro.
Quiero que entienda, de caridad, que si se relaciona mejor conmigo le puedo servir eternamente. En otras palabras: le ruego que me cuide. No le pido mucho, solo algunas cosas que están al alcance de su mano.
Peso y dieta adecuados
Para empezar, si tiene tendencia a la obesidad, en lo posible controle su peso y mantenga la masa corporal por debajo de 25.
Haga ejercicio. Con esto no quiero decirle que se vuelva deportista de alto rendimiento. Caminar cinco veces por semana, a paso firme, sin fatigarse, sería de gran ayuda para mí. El ejercicio es salvador, lo mismo que bajarle a la sal de la comida.
Nada justifica que antes de empezar a comer usted eche mano del salero, recuerde que eso es un veneno para mí y además eleva la tensión arterial.
Hidrátese de forma adecuada. No le pido que beba agua a cántaros todo el día, nada de eso. Solo que consuma dos litros de líquido al día. Eso es fácil, porque aquí puede incluir café, sopas, jugos, líquido de las comidas… Y si tiene diarrea o vómito, no se deje deshidratar. ¡Ah!, y si ya estoy malito, olvídese de esta cantidad y consulte con el médico.
No se sienta mal si le reprocho la mala costumbre que tiene de automedicarse, esto me afecta mucho. Las pastillas para el dolor, algunos antibióticos e incluso ciertas drogas para la gastritis me dañan. Por favor, no se los tome sin recomendación médica.
Mire: sé que come mal y que a veces le resbala el discurso de una dieta equilibrada, de que hay que mermarles a las grasas, a los azúcares y a las proteínas. Que las frutas y las verduras no pueden faltar. Usted lo sabe, así que no eche esto en saco roto, eso me sirve mucho. Prefiero que coma bien y sano y no que se llene de suplementos que me sientan mal.
Si en su familia hay diabetes, por lo que más quiera controle su azúcar de manera estricta, elimínela de la dieta. Mídase la tensión arterial: si la tiene alta o si ya le hicieron diagnóstico de hipertensión, tómese cumplidamente los medicamentos recetados por su médico tratante.
Dejé para lo último una recomendación que en realidad es un clamor: no fume. ¡No sabe cuánto me afecta un solo cigarrillo! No es un embeleco: entierre de una vez ese vicio. Él y yo somos incompatibles.
Tal vez se extrañe con esta suplicante carta, pero quiero recordarle que la semana pasada me celebraron el Día Mundial del Riñón y la cosa no pasa de titulares. La verdad sigo enfermo, descuidado y por eso acudo a usted. Espero no molestarlo con la presente ni tener que hacerme sentir cuando esté malito. Aspiro a acompañarlo hasta el fin de sus días.
Con respeto y cariño, Su Riñón.
Si ya existe falla renal
Según cifras del Instituto Nacional de Salud, por causa de la enfermedad renal crónica se pierden en Colombia potencialmente 39.958 años de vida.
En la población general, la prevalencia de esta enfermedad es del 0,43 por ciento.
Estos son los cuidados básicos cuando hay falla renal:
Controle su tensión arterial y las cifras de azúcar, colesterol y niveles de creatinina en sangre.
Restrinja los líquidos y las proteínas de la dieta, previa orden del nefrólogo
No se automedique por nada del mundo.
No fume.
CARLOS F. FERNÁNDEZ
ASESOR MÉDICO DE EL TIEMPO
CON LA ASESORÍA DE RAFAEL E. RODRÍGUEZ PABÓN, MÉDICO INTERNISTA NEFRÓLOGO.
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