Basta poner un pie en una cebra peatonal en Porto Alegre para darse cuenta de que esta es una ciudad diferente. Aquí, en el sur de Brasil (a cuatro horas en avión desde Lima), los carros se detienen cuando una persona va a atravesar la vía por la franja de líneas blancas que le corresponde. Frenan y dejan que la gente pase.
“Los autos tienen que parar”, afirma Arno Frost, guía de turismo nacido en Porto Alegre. De piel blanca, ojos claros y ascendencia alemana, Frost es un ejemplo de la influencia europea que se percibe en la capital del estado de Río Grande do Sul, marcado por flujos de inmigrantes procedentes de Alemania e Italia que cruzaron el océano en el siglo XIX.
Este, el estado más meridional de Brasil, tiene más afinidad con sus vecinos Uruguay y argy que con el resto del país más grande de Suramérica. Por eso, en Porto Alegre es común ver a gente tomando mate, que aquí llaman chimarrao.
Al igual que en el río de la Plata, aquí también se bebe la infusión de esta hierba, que se comparte entre amigos que usan una misma bombilla –un pitillo metálico–. Los domingos se ve a novios, a madres con sus hijas y a familias enteras caminar por el parque Farroupilha con un termo bajo el brazo y el chimarrao en la mano.
“El sabor amargo del chimarrao es similar al del mate”, cuenta Nicolás Iacovone, un fotógrafo argy de La Plata que hace 13 años vive en Río de Janeiro y está de visita en Porto Alegre. Además del chimarrao, a él le recuerda su país el hecho de que, como parte de las muestras culturales de Río Grande do Sul, se ejecuta el baile de las boleadoras –un instrumento que usaban los gauchos para cazar a caballo–.
Ahora, en primavera, la ciudad se parece más a Buenos Aires con las flores lila de los árboles de jacarandá, que evocan un paseo por las calles cerca del Obelisco.
Una ciudad sin semáforos
Si en Porto Alegre cualquier latinoamericano se sorprende porque los carros le ceden el paso para cruzar la calle, puede quedar boquiabierto en Gramado al comprobar que en esta ciudad de 34.000 habitantes, situada dos horas al norte por carretera, no existen semáforos. Solo hay rotondas.
La idea es simple: tiene la vía quien llega primero y se antepone el respeto por los demás. “Esto no funcionaría en Río de Janeiro o en Sao Paulo. Ni en pueblos pequeños, porque en otros sitios a las personas les falta tranquilidad”, explica Jonatan Lazzari, un empresario brasileño de 22 años, que nació en la población de Carlos Barbosa, cerca de Gramado. Aquí la gente es distinta.
Este es un municipio cuya economía depende en 85 por ciento del turismo. Hasta este punto de la sierra gaucha llegan cada año 5 millones de visitantes, que buscan descanso en valles, arroyos, bosques y cascadas. “En ningún mes recibimos menos de 300.000 turistas”, dice la secretaria de Turismo de Gramado, Rosa Helena Volk. Cerca de la mitad de ellos vienen en los últimos dos meses del año, cuando Gramado se convierte en una especie de sede oficial de la Navidad. Esta es la temporada de Natal Luz, que se extiende hasta el 14 de enero y durante la que se presentan unos 500 espectáculos.
A la calle cubierta frente al Palacio del Festival de Cine, a la vía Borges de Medeiros y a sus alrededores no les cabe un árbol más de Navidad. Hay guirnaldas, adornos rojos y verdes, estrellas, luces y música navideña, que emiten parlantes desde los postes de la luz, y renos de colores, junto a los que muchos se toman fotos.
En Gramado, conocido como ‘jardín de las hortensias’ –estas flores de tonos azules y violetas están por todas partes–, se destaca la madera de las casas enxaimel, que levantaron los alemanes desde su arribo, en 1824.
Aquí se acatan las leyes que limitan la altura de las edificaciones y obligan a respetar el estilo arquitectónico. También se hace evidente que ha surtido efecto la enseñanza de la materia de turismo en las escuelas municipales cuando se recibe el trato amable de quienes atienden en almacenes, restaurantes, hoteles y fábricas de chocolate (hay 39).
Mientras Gramado encanta con su herencia alemana, su zona rural cautiva por la autenticidad de sus campesinos, muchos de ellos de origen italiano. Un recorrido que parte de la Casa del Colono les da a los visitantes la oportunidad de hablar con descendientes de quienes vinieron en busca de su tierra prometida en el sur de Brasil a partir de 1875.
Un bus Chevrolet modelo 64 que serpentea por una carretera angosta entre las montañas lleva a los turistas a conocer a personas que exhiben con orgullo su cultura. Se visitan la yerbatería donde Erni Cavichion y su hija Adriana enseñan cómo se muele el chimarrao, y el molino de maíz que construyó en 1920 el bisabuelo de Maristela Cavichion, quien vende unos bizcochos deliciosos de nata y miel.
También, la casa de la familia Foss, donde Zulmira y su esposo reciben a los visitantes con canciones que entonaban los primeros italianos que dejaban su país para venir a esta América que les habían prometido como “un ramillete de flores”. Arribaban a una tierra que, a raíz de su llegada y la de tantos otros inmigrantes, se convirtió en un lugar diferente al resto del continente. Casi en un país distinto dentro de ese gigante que es Brasil.
Si usted va
Los colombianos no necesitan visa en Brasil.
Avianca ofrece vuelos entre Bogotá y Lima, desde donde se vuela a Porto Alegre.
Hospedaje: Hotel Laghetto Viverone Moinhos (Porto Alegre): 309 reales -$ 253.000 pesos-por dos personas por noche. Villa Bella (Gramado): 530 reales - $ 434.000 pesos-, por dos personas por noche.
www.hotellaghettomoinhos.com.br/
www.villabella.tur.br/hotel.html
Planes
En Gramado: www.agroturismogramado.com.br.
Comida:
P. Alegre:
www.gambrinus.br
Gramado:
www.gramadocafecolonial.com.br; www.casadipaolo.com.br;
Mini Mundo (Gramado), ciudad con réplicas de monumentos:
www.minimundo.com.br;
www.canela.com.br; www.gramado.rs.gov.br. www.rstransfer.com.br
JUAN URIBE
INVITACIÓN DE EMBRATUR
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
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