El santuario de las tortugas gigantes

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El santuario de las tortugas gigantes

Notapor JDigioia » Sab, 14 Dic 2013, 11:05

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Le dicen el guardián de las tortugas. Ese es Feliciano Chaverra, no más de 40 años y chocoano de nacimiento. Entre marzo y julio, este hombre recorre, en jornadas que pueden extenderse entre las 8 de la noche y las 5 de la mañana, los 12 kilómetros de la Playona, playa que es uno de los lugares preferidos de las tortugas laúd, las más grandes del mundo, para dejar descendencia.


Hasta allí llegan para poner sus huevos en nidos que ellas mismas hacen sobre la arena y que Feliciano vigila como si fueran un tesoro. Con frecuencia, y en plena madrugada, les toma la temperatura y, para evitar que los huevos sean robados o destruidos por depredadores, los lleva a corrales que construye con mallas, para que se desarrollen sin riesgo. Ha sido normal ver cómo mes y medio o dos meses después, decenas de tortuguitas recién nacidas han roto el cascarón y han caminado hasta el agua para comenzar su vida en el mar.


Ha sido un esfuerzo de años, algo más de 15, que Feliciano ha emprendido calladamente. Sabiendo que tarde o temprano la historia le daría la razón y lo justificaría. Y la próxima semana–18 de diciembre– será ese instante de reivindicación y gloria, porque esa misma playa que ha recorrido metro a metro para salvar a esos reptiles magníficos considerados como dinosaurios vivientes y por la que puede andar sin tropiezos hasta en la oscuridad más profunda, será nombrada área nacional protegida, la número 58 del Sistema de Parques Nacionales Naturales.


Se llamará Acandí Playón-Playona y se convertirá en el santuario de las tortugas gigantes.


Este lugar está situado en pleno Darién colombiano, sobre el Atlántico, y en el municipio de Acandí (Chocó). Será un área marina protegida que consolidará la pesca artesanal en la región (allí viven 80 especies de peces) y restringirá la industrial en 26.000 hectáreas de mar, incluidos los 12 kilómetros de Playona y dos que conforman Playón, playas unidas, como siamesas.


También, la tala de bosques aledaños al océano y donde se refugian monos titíes y aulladores, lagartos, pelícanos y otras aves.


Era una declaratoria que decenas de biólogos, conservacionistas y nativos como Feliciano pedían a manera de súplica desde hace décadas y que, irónicamente, tuvo como aliada la caída del nuevo Código de Minas, que ha obligado al país a usar el antiguo y en el que no es necesario un concepto vinculante u obligatorio del Ministerio de Minas para la formación de una zona protegida. Bastó el aval de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que fue ampliamente celebrado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y Conservación Internacional y el Grupo Local de Investigadores (Gila), conformado por habitantes de la zona y respaldados por Cocomasur, el consejo comunitario de negritudes de la cuenca del río Tolo –caudal que desemboca en esta parte del Caribe–.


Todos siempre han estado preocupados por darle un futuro seguro a la laúd, también llamada caná, baula, cardón o tinglar, y que los biólogos conocen oficialmente como Dermochelys coriacea, que puede pesar hasta 800 kilos, medir más de dos metros, que siempre ha hecho parte del paisaje natural de esta zona del país y que se destaca por hacer migraciones deslumbrantes. Registros satelitales han comprobado cómo alguna vez una de ellas viajó entre Oregon (EE. UU), situado sobre la costa oeste, e Indonesia, en el océano Índico.


Acandí es uno de los sitios más importantes del mundo para la anidación de este reptil. Según Diego Amorocho, el biólogo que más conoce las tortugas marinas en Colombia, actualmente coordinador de especies amenazadas de WWF, allí pueden llegar en cada temporada (marzo-julio) cerca de 300 hembras a poner sus huevos.


Por eso este pueblo del Chocó es, con Guyana y la Guayana Francesa, el principal sitio de reproducción en todo el Caribe continental de estos animales longevos, que pueden vivir fácilmente más de 100 años. “Colombia es vital para la especie, y este nuevo santuario, que se constituye en un escenario imprescriptible para el Estado, se transforma en una esperanza para su supervivencia”, explicó Amorocho.


Sin embargo, esa protección no es suficiente y tarde o temprano tendrá que ser regional, porque nada se obtiene al cuidar la tortuga en Colombia si en Costa Rica, Panamá o Nicaragua no enfrentan su cacería. Porque la caná puede ser grande y monstruosa, pero ha sido atacada sin piedad.


Este es uno de los animales más amenazados del mundo y ha sido declarado en peligro crítico de extinción por la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN). Se estima que más del 90 por ciento de sus ejemplares están acabados, por lo que la Universidad de Alabama, en Birmingham, considera que podría desaparecer antes de 20 años. Según esta organización, de 75.000 que existían en los 80 en el Pacífico, hoy no quedarían más de 2.000.


Históricamente su carne y sus huevos han sido consumidos intensamente por las comunidades, al considerarlos afrodisíacos. Pero también ha resistido otras agresiones. No ha faltado el hotel que ha invadido sus playas de anidación. Tampoco la persona que piensa que una laúd puede ser un buen animal doméstico y compartir espacio con perros y gatos.


La ironía también rodea a esta especie. Las tortugas son importantes para el hombre y el entorno natural porque casi el ciento por ciento de su dieta está compuesta de medusas, criaturas que, si la tortuga no existiera, se reproducirían en exceso y perjudicarían la pesca. Sin embargo, aunque indirectamente se vuelven aliados de este sector, los barcos que viven de aquellas faenas matan las tortugas al usar redes que extraen millones de ejemplares de forma incidental. La basura es otro de sus verdugos. El afán por alimentarse las lleva a la muerte al consumir bolsas plásticas que son arrojadas a los mares y que confunden con sus bocados favoritos.


“El turismo también ha contribuido con la desaparición de la tortuga, pero potencialmente podría ser su mejor respaldo. En Europa hay miles de personas que pagarían cualquier suma por ver una sola de ellas. Por eso hay que hacer más rentable la tortuga viva que la tortuga muerta”, han dicho el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y la Universidad de Antioquia, que la han estudiado.


Y precisamente eso es lo que Feliciano y el resto de habitantes de la zona del santuario quieren fortalecer, ahora que vivirán en un lugar amparado por la ley. Porque el compromiso comunitario, tal como lo han reafirmado públicamente, es “consolidar un ecoturismo responsable, que exalte a esta gigante de los mares”.


Un templo para las carey


Para Julia Miranda, directora de la Oficina de Parques Nacionales Naturales, el santuario de fauna Acandí Playón-Playona será una oportunidad para proteger otra tortuga marina amenazada y en peligro crítico de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN): la carey, cazada durante muchos años para usar su caparazón en la fabricación de accesorios como aretes y pulseras.


En el Pacífico ya es muy raro encontrarse con una de ellas, pero a Acandí llegan cerca de 20 hembras al año a poner sus huevos, de la misma forma como lo hace la laúd. La tortuga carey es monógama y suele vivir en arrecifes o manglares. Sus hembras generalmente almacenan el esperma de un solo macho y lo usan para fertilizar varias nidadas de huevos.


Javier Silva Herrera
Redacción Vida de Hoy



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JDigioia
 
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