Retrato de Julio Mario Santo Domingo, un ganador a ultranza
Cada vez que venía a Bogotá convocaba una partida de póker. Se sentaba con su cofradía, entre ellos Gustavo Vasco y Juan Claudio Morales, y empezaba la puja. Le gustaba apostar y tenía con qué. No perdonaba una deuda y la cobraba hasta morir.
Con ese mismo carácter implacable, Julio Mario Santo Domingo Pumarejo forjó uno de los emporios económicos más importantes de Colombia y América Latina, que lo hizo ser parte del club de los más ricos de la revista Forbes. En el momento de su muerte, el viernes en Nueva York, ocupaba el puesto 108 de los millonarios del planeta, con una fortuna de 8.400 millones de dólares.
Santo Domingo nació en Panamá el primero de octubre de 1924. Sus padres, Mario Santo Domingo y Beatriz Pumarejo, siguiendo la tradición de las élites barranquilleras de esos años, viajaron al istmo para recibir una mejor atención médica en el nacimiento.
Barranquilla, la tierra de los inmigrantes, la puerta de entrada de buques y cargueros, muy pronto le quedó chiquita. Había heredado la ambición de su padre, un poderoso empresario regional que, desde joven, demostró su audacia como comerciante al importar arroz de Siam y los famosos chicles Whigley. El instinto empresarial de don Mario lo hizo convertirse en propietario de las cervecerías Barranquilla y Bolívar y, cuando estos negocios ya estaban consolidados, el gusto que tenía por los aviones lo llevó a vincularse a Avianca y, poco a poco, a adquirir su control.
Aunque don Mario no salía de Barranquilla -formó su emporio con costeños y algunos alemanes a quienes describía como "gente muy seria"- decidió que su hijo, a los 10 años, se fuera a estudiar en el internado del Gimnasio Moderno, en Bogotá. Antes de eso lo educó una institutriz alemana.
Eso tampoco le bastó al ímpetu de Julio Mario, que siguió su formación en Estados Unidos y se graduó de bachiller de la Academia Phillips, un internado de Massachussetts en el que compartió aulas con George Bush (padre) y el actor Jack Lemmon.
Santo Domingo empezó estudios en las universidades de Virginia y Georgetown, pero no los terminó. Su cabeza estaba en otra parte. Los fines de semana se iba a Nueva York con los amigos de la escuela, hijos también de millonarios y políticos importantes, y se paseaban por Morocco, la discoteca de moda a la que asistía Liz Taylor y personajes de la nobleza que se iban de fiesta a la Gran Mazana. En esos tiempos, su gran amigo era Ahmet Ertegn, fundador del sello disquero Atlantic Records, con quien llevó a la princesa Soraya de Irán a bailar salsa al Palladium, en su primera visita a América. Cuando cruzaba el Atlántico, la noche, que tanto le gustaba -y en la que sobresalía por su buena pinta y sus dotes en el baile- era en Jimmys de Régine, la famosa discoteca parisina.
Santo Domingo estaba en sus veintes, pero además de la fiesta le interesaba la literatura. Hay un cuento de su autoría, Divertimento, escrito originalmente en inglés y traducido por su amigo Alfonso Fuenmayor, quien lo publicó de manera entusiasta en la revista Estampa, de Bogotá.
En Barranquilla, fue asiduo visitante de La Cueva, con el memorable grupo conformado por Fuenmayor, Germán Vargas Cantillo, Alejandro Obregón, Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, quien se convirtió en su confidente por muchos años. Algunos de ellos alcanzaron a creer que el destino de este joven talentoso sería la literatura. De hecho, su papá, concentrado en los negocios, pensaba que el heredero de su vena empresarial iba a ser su otro hijo, Luis Felipe. Pero sus planes cambiaron cuando Luis Felipe murió en un accidente automovilístico, en 1963.
Julio Mario regresó de Estados Unidos para ser el brazo derecho de su padre y muy rápido dejó ver que tenía el mismo empuje, aunque su estilo y su carácter fueran otros. Si bien había explotado su faceta frívola -que nunca abandonaría-, en su ADN había una fuerte vena calculadora y un gran gusto por el poder.
Su primer gran golpe fue la jugada de Bavaria, en la década de los 60. La cervecería de la familia, Águila -nombre que adoptó tras fusionar las marcas Bolívar y Barranquilla-, estaba sintiendo pasos de animal grande por la competencia bogotana de Bavaria. Los empresarios capitalinos les ofrecieron comprar. Julio Mario, apersonado del negocio, hizo un trato inteligente en 1966: entregaría instalaciones y equipos de Águila a cambio de 46 millones de acciones de Bavaria. Se convirtió así en el accionista mayoritario -tenía el 10 por ciento, mientras la mayoría de los socios no alcanzaban el 3- y rápidamente empezó a marcar la compañía con el apellido Santo Domingo.
Intuitivo y sagaz, solo dos años después, puso a su favor a la junta directiva. Con una votación de 3 a 2, la presidencia de la empresa cambió. Alberto Samper fue reemplazado por Juan Uribe Holguín y, con él, cambió la orientación de la cervecera, todo bajo la lupa de Julio Mario, que para entonces tenía 42 años.
Así fue construyendo un negocio que empezó a adquirir forma de imperio. Y a nacer el que se conocería como Grupo Empresarial Bavaria. En los años setenta, tenía participación en 120 empresas, cuyos activos ascendían a 500 millones de dólares. Puso su mira en todo tipo de empresas que le significaran negocio, nacionales o extranjeras. Inició su participación en comunicaciones, aviación, fabricación de carros, seguros y banca -controló, en un momento dado, la mayor parte de las entidades financieras del país-. Extendió su poder a empresas como Caracol Radio, Celumóvil (hoy Movistar), Orbitel, Propilco, Sofasa, Carrefour, la Compañía Hotelera Cartagena de Indias, y la Central de Cervezas (marca portuguesa).
De esta manera, su grupo económico se convirtió en el conglomerado más importante del país. Las inversiones en estos sectores lo llevaron a aportar el 7,8 por ciento de la producción nacional.
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Para este momento, ya Julio Mario Santo Domingo se había convertido en un magnate que manejaba sus negocios desde un teléfono en el exterior. Su mano derecha de entonces, Augusto López, cuenta que solía llamarlo a la madrugada, desde cualquier parte del mundo y sin considerar los horarios.
-Lo desperté, Augusto? -le preguntó un día a las tres de la mañana.
-No, señor. Estaba esperando su llamada -le contestó López.
Monitoreaba todo. Tanto los balances de sus empresas, como la temperatura política del país. Quienes trabajaron a su lado cuentan que Santo Domingo podía interrumpir un partido de golf durante cuatro horas para actualizarse de lo que sucedía en las altas esferas.
Desde muy joven supo que para consolidar sus negocios tenía que fortalecer su poder político. Para eso, y a pesar de sus ideas de derecha, repartía sus huevos en todas las canastas. Se convirtió en la fuente más importante de financiación política en el país. En las campañas electorales para la Presidencia apoyaba económicamente a los candidatos que estuvieran opcionados, con excepción de la aspiración de Andrés Pastrana, en la que se abstuvo de participar. A raíz del proceso 8.000, el diario La Prensa, de propiedad de la familia Pastrana, publicó un fotomontaje en el que aparecían los financiadores de la campaña de Samper, entre los cuales se incluían tanto el cartel de Cali como el Grupo Santo Domingo.
Esto provocó que el empresario demandara al diario y pidiera una rectificación. En medio de la disputa en los tribunales, llegó la contienda presidencial de 1998, en la que el grupo económico no hizo aporte a la campaña del candidato conservador. Esto le significó una distancia con el mandatario, que solo vino a saldarse por la intervención de Gabo. Al fin y al cabo, Santo Domingo sabía que no era inteligente estar peleado con el Presidente.
Su poder en la toma de decisiones, tanto en la Casa de Nariño como en el Congreso, era claro. "Santo Domingo almorzaba en Palacio con los presidentes, y todos fueron a su casa en Barú", recuerda Jaime Castro.
Cuando Santo Domingo tomaba una decisión, tenía un ímpetu incontenible e iba para adelante. Incluso por encima de la amistad. Muchos de los que fueron sus más cercanos colaboradores -como Francisco Posada de la Peña, Carlos Cure o el propio Augusto López- supieron lo que era salir peleados de sus empresas y de sus afectos.
No evitaba confrontaciones, así fuera con un ministro de Hacienda que se atreviera a hablar del aumento de impuestos a sus empresas -como sucedió con Rudolf Hommes, quien vivió la furia del empresario al ver cómo, bajo su orden, se le vinieron muchos congresistas en su contra-, o el periodista Enrique Santos Calderón, que en una de sus columnas de Contraescape, en 1994, escribió sobre La arrogancia del poder, en referencia a la forma como el Grupo Santo Domingo estaba adquiriendo el control de los medios de comunicación en el país. En este caso, no solo él, sino periodistas de Caracol salieron a atacar a Santos. Cuando alguien se atrevía a ponerlo contra la pared, principalmente por el tema de impuestos, el empresario respondía con la posibilidad de retirar sus inversiones del país.
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En 1997, la cervecera Bavaria se dividió en dos, separando el negocio de bebidas -a cargo de Bavaria- de las otras inversiones, que quedaron bajo el nombre de Valores Bavaria (hoy Valorem). Aunque la inversión en diferentes sectores le trajo innumerables éxitos, hubo compañías con las que no sucedió lo mismo, como ocurrió con Avianca. Sin embargo, el cariño que le tenía a esta empresa, venido de lo que había significado para su padre, hizo que su carácter frío para los números lo llevara a querer conservarla, aunque le significara millonarias pérdidas.
Finalmente, en el 2004, Germán Efromovich compró la aerolínea por 65 millones de dólares. La empresa llevaba casi dos años en el proceso de Ley de Quiebras de Estados Unidos y enfrentaba serios problemas de liquidez.
Si bien Santo Domingo comenzó a salir de negocios, continuaba su estrategia en los medios de comunicación con la compra del diario El Espectador y las revistas Cromos y Shock. En el 2005 decidió vender su principal activo (Bavaria) al grupo sudafricano SABMiller, por 7.800 millones de dólares. Aunque algunos señalan que nunca se desligó del sector cervecero, pues hasta el momento de su muerte mantenía una participación del 15 por ciento, que según Bloomberg, equivalen a cerca de 8.250 millones de dólares. Para finales del 2010, Valorem acumuló activos por 1,8 billones de pesos y las utilidades sumaron 71.689 millones.
La venta de Bavaria coincidió con su decisión de empezar a entregar el control del emporio a su hijo mayor, Julio Mario Santo Domingo Jr. En 2009, el heredero murió de un cáncer fulminante, lo que afectó profundamente el ánimo del magnate. Hoy, sus empresas están en manos de su hijo Alejandro. Su otro hijo, Andrés, tomó un camino diferente a los negocios, más orientado al mundo cultural, con un sello disquero.
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"Julio Mario Santo Domingo es uno de los hombres más influyentes del mundo", alcanzó a decir de él la revista Vanity Fair. Era amigo de personalidades como Henry Kissinger, Bill Clinton, Jimmy Carter y Carolina Herrera.
Amaba París. Allí vivió con su primera esposa, Edyala Braga, con quien se casó a mediados de los años 50. Braga, brasileña, era hija del embajador de este país en Francia. Vivían en un elegante edificio, con una particularidad: ocupaban dos apartamentos separados por una puerta a través de la cual se comunicaban.
l, atractivo y elegante, vestido por los sastres británicos de Savile Row, siguió cultivando su fama de playboy. Su primer hijo, Julio Mario, nació en 1958 y, cuando era adolescente, la pareja se separó. La bogotana Beatrice Dávila, su actual esposa, y madre de Alejandro y Andrés, fue su gran amor.
La familia Santo Domingo se convirtió en el deleite de las páginas sociales de la prensa. No podía ser de otra forma: Santo Domingo fue el primer magnate colombiano de talla verdaderamente internacional. Fue el primero en tener avión privado en el país y era habitual verlo en los campeonatos de tenis de París o Nueva York. Hoy la saga continúa. Su nieta Tatiana Santo Domingo es la novia de Andrea Casiragui, hijo de la princesa Carolina de Mónaco.
"Julio Mario Santo Domingo fue un sibarita", asegura Gustavo Vasco. Mientras para algunos era un personaje distante y celoso de su fortuna, otros recuerdan que un día se quitó un Rolex de su muñeca y se lo puso a un mesero de Nueva York. Conocía de arte como pocos. Sus amigos cercanos recuerdan el Picasso que colgaba en su apartamento de Nueva York, parte de una inmensa colección. Leía con entusiasmo los clásicos franceses de la literatura. No aceptaba que maltrataran el lenguaje y no le faltaba un diccionario a la mano.
Nunca dejó de pasar por aquella tienda de utensilios de cocina en la Gran Manzana para aperarse de las últimas innovaciones. Disfrutaba cocinando un sancocho de sábalo que se volvió famoso en Barranquilla. Jugó tenis toda la vida, patrocinó el fútbol, amaba el jazz y no se perdía el Festival de Música de Cartagena cada enero; en su balcón se robaba las miradas con su guayabera y la compañía de la elegantísima Beatrice.
Quiso, al final de su vida, compartir su gusto por la cultura y se convirtió en un mecenas al donar el magnífico teatro que lleva su nombre en Bogotá -y en el que invirtió 36 mil millones de pesos-, patrocinar becas en la Universidad de los Andes, impulsar empresas, fomentar la Escuela de Artes y Oficios, entre otras muchas iniciativas.
Según el presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas, Julio Mario Santo Domingo fue el hombre que hizo que las empresas en Colombia empezaran a mirar hacia el exterior, a no compararse solo con sus competencias internas, y a pensar en el mercado global. Fue uno de los primeros colombianos en darse cuenta del potencial económico de China, donde fue el primer embajador. Fue, claramente, un visionario que, en últimas, como afirma el periodista Mauricio Vargas, "trajo el capitalismo al país, para bien y para mal".
Decretos en su honor
El presidente expidió uno
El Gobierno expidió un decreto para honrar la memoria de Julio Mario Santo Domingo, a quien calificó como "una de la mayores glorias de Colombia en la industria y las finanzas".
El documento destaca su rol como generador de progreso para los trabajadores y como donador de recursos para grandes obras de educación y cultura. El viernes, el alcalde de Barranquilla, Alejandro Char, firmó el Decreto 913, que le rinde "un homenaje póstumo por sus acciones en los ámbitos de la economía, la vida social y la cultura de nuestra ciudad".
DOMINIQUE RODRGUEZ DALVARD
MARA PAULINA ORTIZ
REDACCIN EL TIEMPO
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