El jefe de las Farc, cuando era Guillermo León

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El jefe de las Farc, cuando era Guillermo León

Notapor coguza » Dom, 06 Nov 2011, 10:07

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El grito desde una ventana en medio del amanecer tuvo que parecerle delator. Apenas supo de dónde lo llamaban, Guillermo León Sáenz Vargas se puso el dedo índice en los labios, como suplicando silencio a su vieja amiga.


Hacía tal vez años que no se veían, pero no se detuvo. Avanzó por la calle del barrio Teusaquillo (centro de Bogotá), y ella, que lo descubrió con la primera luz del día porque acostumbraba abrir la ventana apenas se levantaba, intuyó entonces que para ese comienzo de los 80 el antropólogo de la Universidad Nacional se había convertido en un hombre clandestino. La siguiente vez que lo vio fue por TV: vestía de camuflado y se llamaba Alfonso Cano.


Pocos o casi ninguno de sus amigos en las Juventudes Comunistas (Juco) supo el momento en el que Guillermo León renunció a su mujer y a su hijo para enmontarse con las Farc. Por ella, "una trigueña alta y bella, deseada hasta por sus amigos", había entrado vestido de novio a mediados de los 70 a una iglesia del barrio Palermo, entre una fila de compañeros ateos que desentonaban con la ceremonia religiosa. "Era una situación hasta cómica", recuerda uno de esos descreídos.


Faltaban solo dos meses para que naciera el único hijo conocido del abatido máximo jefe de las Farc. El nuevo rumbo del universitario fiestero que dejaba ver nostalgias cuando sonaban Los Chalchaleros con su Zamba de la esperanza había sido ya presentido por el cineasta Lisandro Duque. Fue un día que se lo encontró, después de siete años sin saber de él, en una cafetería de los juzgados de Paloquemao.


Hablaron de sus mujeres, los hijos y la película El Escarabajo, que por esos días rondaba a Lisandro. No más. En una especie de pacto tácito, el uno no preguntó y el otro seguramente agradeció. El cineasta -que entre el 69 y el 70 compartió con Guillermo León la dirección regional de la Juco- lo sabía convencido de que "la forma superior de lucha era la armada". Una convicción que, cree, se le convirtió en reto grande porque "Guillermo, distinto a Carlos Pizarro (jefe del M-19), que compraba peleas, era un conciliador".


Imponente con las mujeres


Cuando tenía tragos sí era peleador, cuenta una de sus amigas de andanzas, que para más señas trae a la memoria el día en que Guillermo León se fue a los puños con el propio Lisandro en una fiesta, por diferencias políticas. Era en esas fiestas universitarias en las que el después jefe guerrillero se convertía en el centro de atención. Y si ser buen bailador le daba puntos con las mujeres, se las ganaba era cuando les conversaba. "No era el más guapo, pero se volvía atractivo cuando hablaba. Sabía de política, literatura, historia... de todo. Muchas de mis amigas quedaban enamoradas".


Probablemente abusaba de ese imán que tenía en la palabra. Era imponente con ellas. "Si intimaba con alguna, a la hora que él salía de la fiesta ella tenía que irse con él", se atrevió a contar uno de esos amigos de debate y parranda.


A él no le bajó la fiebre


Todos sentían esa fiebre revolucionaria que alcanzó máximas temperaturas tras el triunfo de Fidel Castro en Cuba o tras el agitado mayo del 68, pero a Guillermo la calentura revolucionaria no le pasó. Cuando terminaron los semestres de antropología en la Nacional y cada uno cogió su camino, él se hizo "funcionario del partido". Quería decir, en lenguaje comunista, que trabajaba para la Juco y ella lo sostenía.


No fue el más revoltoso de todos en la Nacional. Complicaba la vida, sí, porque hacía parte de los que citaban a asamblea hasta seis veces a la semana, reconoció la directora del Departamento de Antropología entre el 69 y el 71, Ligia Echeverry. "Pero era una época en la que el diálogo entre estudiantes y directivos se daba abiertamente. l era claro en las ideas, no se quedaba callado, debatía. Era buen expositor, brillante", recuerda.


En conocimiento, y todos lo recuerdan así, Guillermo León siempre tenía ganas de más. Con el ex gobernador de Nariño Eduardo Zúñiga y otros tres estudiantes le pagaban clases extras al profesor Hernando Llanos. "Para que nos explicara cosas que no aprendíamos satisfactoriamente en la universidad, sobre todo las teorías de Hegel y Marx", cuenta el ex mandatario. Al lado de él se enroló en la Juco, pero pronto se decepcionó.


A Guillermo León, en cambio, no le bajaron la caña ni los carcelazos que se ganó como parte del movimiento estudiantil. Llegó a pasar seis meses en la Cárcel Distrital, a comienzos de los 70, al lado de otros líderes universitarios como el hoy empresario Morris Ackerman. Allá los mandó el alcalde de Bogotá Aníbal Fernández de Soto. "A Guillermo no lo descomponía el encierro. Aprovechaba para estudiar. Estudiamos como locos, leímos bibliotecas enteras", recuerda el empresario.


Un amigo para olvidar?


De los que anduvieron con el guerrillero cuando él era Guillermo León, iban con él a cine al teatro pera, o lo acompañaban en las rumbas en la sede de la Juco o en cualquier apartamento, pocos quieren hablar. Y más pocos lo hacen dando la cara. Alguien negó conocerlo y otra llegó a mencionar la palabra "miedo".


No decían si temían a que alguien los persiguiera por haber sido cercanos al abatido jefe de las Farc, o si le temían a él. A que se hubiera esfumado el hombre cálido que conocieron al lado de sus papás y cuatro hermanos en el exclusivo barrio Santa Bárbara, de Bogotá, que se ponía feliz cuando su mamá lo consentía con el jugo de curuba y leche condensada, que le encantaba.


"No podemos engañarnos, él se volvió un guerrero", afirmó alguno.
Hubo quienes tuvieron noticias del viejo amigo, y hasta invitaciones de él para hablar del país. Incluso para ir al Caguán cuando era zona de distensión, a que lo acompañaran en la celebración de sus 50 años. Fue a finales del 98. Dos de los invitados, por lo menos eso le dijeron a este diario, no fueron. Pero fue en esa zona, despejada por el presidente Andrés Pastrana para buscar la paz con las Farc, donde se dieron varios reencuentros con el lejano Guillermo León y el descubrimiento del guerrillero barbado que decía sentir fervor por Jacobo Arenas, el jefe fariano muerto en 1990 que fue su guía en esa guerrilla.


Alfonso Cano, como lo asumían ya sus ex compañeros de la Nacional, no encabezaba la comisión negociadora de las Farc como en Caracas y Tlaxcala (México), en 1991 y en 1992, cuando el chance para la paz fue con el gobierno de César Gaviria.


En esa época tuvo hasta intercambios con empresarios del Sindicato Antioqueño y de los grupos Ardila Lulle y Santo Domingo a través de Ákerman.


"En esos intercambios Alfonso Cano aceptó que el país era posible sin eliminar la propiedad privada", destaca el empresario.


En el Caguán, solo dos momentos notorios tuvo el jefe guerrillero. Cuando dio la cara para lanzar el Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, y cuando presentó ante una veintena de embajadores un plan para sustituir cultivos de hoja de coca, comenzando por Cartagena del Chairá, la población caqueteña donde las Farc se emparentaron con la droga. Cano habló de legalizarla y de invertir en prevención de consumo lo que se gastaba en perseguirla. De nuevo su papel, aunque no tan protagónico como en Caracas y Tlaxcala, se centró en lo que sabía hacer desde la Nacional: organizar grupos y poner ideas.


La hora de dar la cara


Por razones que todavía son un misterio, la muerte del fundador de las Farc, Manuel Marulanda, Tirofijo, el 26 de marzo del 2008, puso al citadino del barrio Santa Bárbara al frente de una guerrilla campesina que llegó a menospreciarlo por su escasa capacidad militar.


ierto es que lo puso a prueba cuando lo mandó a comandar el Bloque Occidental, pero para el momento de la muerte de Marulanda fuentes de Inteligencia no consideraban superado su pulso con el Mono Jojoy y dudaban de la legitimidad de su cargo como comandante en jefe. Habría tenido que ser ratificado por una conferencia guerrillera, impensable en medio de la presión militar que resistían las Farc en ese año.


Además, fue otro de la línea de Cano, Timochenko, el que hizo el anuncio. No se sintieron los jefes de bloques que llevaban el peso armado: el oriental y el sur, con Jojoy, Joaquín Gómez y Fabián Ramírez a la cabeza.


Cedió Jojoy o estaba en vilo la cohesión de las Farc? Un mando medio desmovilizado se aventuró con esta respuesta: "Cano y Jojoy no son contendores fuertes. Cada uno entiende la debilidad del otro". El verdadero contrapeso para Jojoy, según este hombre, habría sido Márquez, "fuerte en lo militar y lo político".


Resueltos o no los pesos y contrapesos en el grupo guerrillero, al antropólogo que se escondía en las sombras de los amaneceres bogotanos le tocó dar la cara como jefe máximo de las Farc.


Vivió al menos 33 años en la selva sin que pasara nada de lo que soñó como revolucionario. Pero para el momento en que fue hecho este perfil, cuándo Alfonso Cano llegó a la comandancia de la Farc, ni el amigo que ha hecho varias películas, ni el ex compañero de celda que se convirtió en empresario, ni el que gobernó un departamento, se atrevían a decir que entre todos Guillermo León perdió.  Tenían la esperanza, ahora muerta, de que lograra embarcar a las Farc en la nave del regreso.


Marisol Gómez Giraldo
Editora de EL TIEMPO*


*Este perfil fue escrito originalmente para cuando Alfonso Cano fue nombrado comandante en jefe de las Farc.



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