"What is your name?", gritan a la par unas niñas que se asoman por detrás de las cancelas de una ventana. Marwa, la profesora, les llama la atención para que atiendan. En una pizarra, con un rotulador rojo, la maestra escribe palabras en inglés que los alumnos leen en voz alta. Los despachos y almacenes de una vieja cooperativa agraria se han trasformado en aulas con sillas y mesas de plástico de esta escuela improvisada para refugiados sirios.
Las clases se reparten en tres grupos: la clase A para los más pequeños, de entre 6 y 10 años; la B, para los alumnos de hasta 12 años; y la C, para los más mayores.
"Nos preparamos para el peor escenario, por eso queremos que aprendan inglés y francés para que puedan ingresar el próximo curso en las escuelas libanesas", comenta Samir Ismail, responsable del proyecto educativo en Aarsal de la ONG italiana Terre des Hommes, dentro del programa para niños refugiados sirios de Unicef.
"Sin el conocimiento de un idioma extranjero, los niños sirios serán rechazados en cualquier colegio público o privado del Líbano", insiste el responsable educativo.
Alrededor de 3.000 sirios de la provincia de Homs, que han huido de los bombardeos de las fuerzas de Bashar al Assad, han encontrado refugio en esta localidad libanesa de 45.000 habitantes, que comparte 60 km de frontera con Siria.
Después de 15 meses de conflicto, que ha dejado más de 15.000 muertes, y con pocos visos de mejorar la situación actual, muchos sirios han perdido la esperanza de poder regresar en un futuro cercano a sus hogares.
A Ismail le llama la atención que en su centro solo haya 70 niños, cuando más de la mitad de los refugiados en esta ciudad libanesa en la frontera oriental con Siria son menores de edad. "Los padres tienen miedo de que sus hijos salgan de casa", explica Ismail.
Aarsal es la única localidad de mayoría suni en el valle de la Bekaa, feudo de la milicia chií Hizbulá, que apoya al régimen sirio. Aunque hasta la fecha solo se han producido incidentes aislados y algún que otro secuestro más por motivos económicos que ideológicos, los vecinos temen que puedan estallar enfrentamientos entre suníes y chiíes como los ocurridos en la ciudad portuaria de Trípoli, donde al menos 20 personas han perdido la vida en los últimos meses.
Rayat tiene doce años, pero su mirada ha perdido la inocencia. Su tono de voz es tan bajo que apenas se le oye. Rayat echa mucho de menos su casa en Al Qusayr (localidad fronteriza siria en la provincia de Homs), a sus amigos del colegio y a sus primos.
Llegaron hace cuatro meses, después de que su vivienda fuera destruida en un bombardeo. La niña, sus seis hermanos, sus padres y su abuela materna lograron huir, pero su abuelo murió en un puesto de control del Ejército sirio. "Mi abuelo tenía problemas para andar y usaba un bastón. Unos soldados lo detuvieron , le quitaron el bastón y le pegaron con él. La paliza le provocó un ataque al corazón y murió", suspira al recordar el amargo momento.
"La mayoría de los alumnos de la escuela tienen algún tipo de trauma psicológico", apunta Noor, la trabajadora social. En mis clases les digo que dibujen lo primero que se les pase por la cabeza y muchos niños pintan tanques, armas de fuego o personas muertas", subraya, antes de agregar que "con estas terapias los niños sacan fuera lo que llevan dentro, y muchos han conseguido mejorar".
Sin embargo, la trabajadora social reconoce que "necesitarán años y ayuda psicológica para recuperar la normalidad".
Marwan es uno de estos casos. El pequeño de siete años y su hermano mayor, de nueve, vieron morir frente a sus ojos a su padre. El suceso ocurrió 15 días antes de que abandonaran Al Qusayr para refugiarse en el Líbano.
Su padre simpatizaba con la revolución popular para derrocar a Assad. En una redada nocturna, las milicias sabiha (matones del régimen) irrumpieron en la vivienda, la saquearon y después los sacaron al patio y ejecutaron al padre delante de la familia.
"Ninguno sabía qué le pasaba a Marwan. Es un niño nervioso, de movimientos tensos, que de repente ríe y al momento se pone a llorar", explica Noor, hasta que un día descubrió la tragedia por la que había pasado el niño.
Aisha tiene siete años y se ha vuelto a hacer pis en la cama. Es una niña muy retraída y apenas juega con sus compañeros. Su hermano de cuatro años murió por los disparos de un francotirador, cuando regresaban de visitar a sus abuelos en el auto familiar. Su madre también resultó herida en el hombro por el impacto de una bala. Por fortuna, la bala salió del cuerpo de la madre de Aisha y por eso no falleció. La mujer, gravemente herida, fue evacuada a un hospital en a ciudad portuaria de Trípoli, al norte del Líbano, y no pudo asistir al entierro de su hijo pequeño".
"Aisha tiene pesadillas por la noche y se orina en la cama", indica la trabajadora social.
Noor confiesa que en ocasiones se le encoge el corazón. En una de las sesiones, una niña se puso a llorar cuando estaba dibujando. "Me acerqué a ella para preguntarle qué le pasaba y me dijo que quería irse de la escuela. Salí con ella y nos sentamos en las escaleras y traté de calmarla. La niña me contó que su padre estaba luchando con el Ejército Libre de Siria en la ciudad de Homs y que desde hace meses no sabía nada de él y que tenía mucho miedo porque podría haber muerto", relata la educadora, que no pudo ocultar que, como no sabía qué podía decirle a la niña, rompió a llorar.
ETHEL BONET
Especial para EL TIEMPO
(Aarsal, Líbano).
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