Miguel Calero, el Cóndor que le temía a volar
Cuando Miguel Ángel Calero Rodríguez entraba a una cancha de fútbol, parecía que todo lo tomaba en chiste. Nada más alejado de la realidad. Un gesto, una sacada de lengua o un grito eran parte de su show, que terminó el martes, abruptamente, a los 41 años de edad, después de una trombosis que desencadenó su muerte cerebral. Calero siempre hizo reír a sus compañeros. Pero los rivales lo tomaban muy, muy en serio. (Siga este enlace para leer: Miles de personas asisten al sepelio de Miguel Calero en Pachuca).
Si bien sabía jugar con el balón en los pies, gracias a su origen en el fútbol como delantero, también volaba de palo a palo para atajar balones que parecían tener destino fijo hacia las redes. Paradójicamente, le tenía miedo a volar. Era terrible para él tener que subirse a un avión.
Sin embargo, esos vuelos en busca de la pelota eran la motivación para muchos hinchas, y también para la gente que estaba a su alrededor. "Uno veía a Miguel y se le quitaba la aburrición. Me daba alegría verlo volar", declaró, acongojado, su primer técnico en la Selección Colombia de mayores, Hernán Darío Gómez. (Vea también: Velorio de Miguel Calero).
Esos sueños de futbolista volando comenzaron con largos recorridos por tierra. Nacido en Ginebra (Valle) el 14 de abril de 1971, Calero empezó en el fútbol como delantero, en el club Real Independiente. Allá no lo ponían como arquero porque a sus compañeros, que lo veían muy flaco y enclenque, les daba miedo que le dieran un pelotazo. Pero pudo más el arraigo familiar: su hermano Milton fue arquero en las divisiones menores en el Deportivo Cali y fue su primer maestro.
De esos primeros años le quedó una secuela que en la cancha siempre quiso tapar. De Calero siempre llamó la atención, en los últimos años de su carrera, que atajaba con gorra. "Miguel tenía varias cicatrices en la cabeza; de niño siempre se descalabraba. Cuando se rapó la cabeza, nunca dejó la gorra", dijo el médico Germán Ochoa.
Ya en la escuela Carlos Sarmiento Lora y luego en el Cali, se encontró con el mejor formador de porteros de la historia del fútbol colombiano, Carlos Portela, que por esos años forjó otras dos carreras paralelas, la de scar Córdoba y la de Faryd Mondragón. Pero no era fácil para Miguel ir todos los días a entrenar. "Más de una vez Miguel se tuvo que quedar a dormir en la terminal de transportes de Cali, porque el dinero no le alcanzaba para ir y volver o porque creía que no iba a llegar a tiempo (Ginebra queda a una hora de Cali) y tenía que madrugar a entrenar", recuerda el exdelantero Sergio Checho Angulo. (Lea acá: El mundo del fútbol llora la partida de Miguel Calero).
Escala en Barranquilla
Los tres arqueros que custodiaron el arco de la Selección durante más de 15 años empezaron a buscar su rumbo. En 1990, con Jorge Luis Pinto como técnico del Cali, llegó el boliviano Carlos Leonel Trucco, y solo había cupo para uno como suplente. Se quedó Mondragón, y Córdoba y Calero salieron a préstamo: el primero al Quindío y el segundo, al Sporting de Barranquilla.
En el Tigre barranquillero, Calero dio muestras de gran personalidad. Le encantaba calentar el ambiente, en el buen sentido de la palabra, especialmente cuando al frente estaba el Junior. Y le salió bien, a tal punto que en los 18 meses que estuvo allí, su equipo nunca perdió en el clásico. A mediados del 91, Cali lo llamó de regreso y mandó en su reemplazo a Faryd. Por esos días se casó con Sandra Fierro, con quien tuvo dos hijos: Miguel Ángel, que ahora tiene 20 años, y Juan José, de 14.
En Barranquilla dejó muchos amigos. Manide Deluque era el entrenador de arqueros de ese Sporting. Cada vez que la Selección concentraba en esa ciudad, Miguel lo hacía llamar al hotel y le llevaba guantes y camisetas de regalo.
Esa mezcla de gracia y temperamento que mostraba en las canchas le sirvió para poner nerviosos a sus rivales, incluso a los más experimentados.
"En 1992 yo jugaba con el Quindío y llevábamos 16 partidos invictos. Nos tocó jugar contra el Cali en Armenia. bamos perdiendo 1-0 y pitaron penalti a favor de nosotros. Miguel se me paró al frente y me dijo: Si me la tirás a la izquierda, te la tapo. Yo no pensé que fuera a lanzarse a la izquierda, entonces le pegué a la derecha. Allá se lanzó, con esa agilidad que tenía, y me la tapó. Perdimos 4-1", recuerda el Checho.
Y así como evitaba que su arco fuera vulnerado, tuvo una época en que se convirtió en el terror de los arqueros rivales. Con la camiseta del Cali, marcó dos goles en jugada en movimiento. El primero se lo hizo, el 29 de marzo de 1995, al Pereira.
"El partido ya se estaba acabando. En la charla técnica, yo les había dicho a los jugadores que Miguel tenía la costumbre de tirar la pelota al piso y salir con el balón. Luego tiraba el balón al área para provocar un rebote", dijo ayer el técnico del Pereira de entonces, scar Héctor Quintabani. "Ya estábamos en tiempo de descuento y Miguel salió del área y avanzó como 30 metros. Me desesperé y le dije a uno de los delanteros que lo presionara. Miguel lanzó el pelotazo, el balón pasó de largo y se metió", agregó. (Vea acá: Miguel Calero, un ídolo en el fútbol).
Esas genialidades de Calero traían consecuencias incluso hacia el futuro. "Dos meses después, a Pedro Pablo Rodríguez, que era el arquero ese día, René Higuita le hizo un gol de tiro libre. Luego nos dieron un penalti a favor y Pedro Pablo, desesperado, se fue a cobrarlo. Yo lo regañé, porque había otro jugador encargado. Por fortuna marcó el gol", recordó Quintabani.
Calero siempre tuvo un cariño especial hacia los niños. Poco después de marcarle el gol al Medellín, iba por la calle y un niño lo paró y le dijo: "Gracias, Calero, usted me hace muy feliz cuando juega bien". Le sonrió y le dio un abrazo.
Una de sus pasiones fue el boxeo. Le gustaba verlo desde que vivía en Cali y lo siguió de cerca en Barranquilla, hasta que se volvió fanático en México. En 2007, el periodista Estéwil Quesada le dijo que, por su físico, podría ser un peso mediano. "Yo para el boxeo soy, primero, muy malo. Y, segundo, muy miedoso. Uno para el boxeo tiene que ser muy valiente", replicó.
Su paso del Cali a Nacional fue, en su momento, el más costoso del fútbol colombiano, 1.300 millones de pesos de la época (1998). Y de Medellín se fue a su último hogar, Pachuca, donde jugó durante 11 años. Fue tanta la entrega por ese club, que logró recuperarse velozmente del primer aviso de que su salud no andaba del todo bien. En septiembre de 2007, una trombosis venosa en el hombro izquierdo puso en riesgo su carrera. Le diagnosticaron seis meses de incapacidad. Volvió en tres, para jugar el Mundial de Clubes.
"El momento más importante de mi carrera fue cuando me di cuenta a tiempo de que tenía trombosis. Ahí realmente empecé a vivir", le dijo a Futbolred en agosto de 2009. Eso lo valoró mucho la hinchada del Pachuca, que por eso y por los títulos lo considera el máximo ídolo del equipo. Pero una nueva trombosis lo dejó con muerte cerebral. Su corazón se apagó ayer y el Cóndor no volará más.
Exequias, desde el martes
El cuerpo de Miguel Calero es velado desde anoche en el teatro auditorio Gota de Plata, en Pachuca. El exportero colombiano murió poco después del mediodía de ayer, en la Fundación Médica Sur, de Ciudad de México, donde era atendido desde la semana pasada tras sufrir una embolia cerebral. El lunes por la noche, el club Pachuca había anunciado, en un comunicado de prensa, que a Calero, de 41 años, le habían diagnosticado muerte cerebral y el cuerpo médico afirmó entonces que su situación era "irreversible".
Figuras como el colombiano Andrés Chitiva -quien llegó poco después que Calero al Pachuca-, Luis Amaranto Perea y el argy Christian Giménez estuvieron en el hospital en compañía de la familia de Calero. Chitiva, ya retirado, se vio muy afectado por la noticia. Otros colegas expresaron su solidaridad a través de las redes sociales.
José Orlando Ascencio
Subeditor de Deportes
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