De Boyacá hasta el Tíbet, pasando por Hait&iac
En una isla de Filipinas, llamada Luzón, la gente carga hoy tres lentejas en el bolsillo para que no le falte dinero el año que viene. Con la misma esperanza, los campesinos de las laderas de Boyacá pelan dos papas para que haya abundancia. Los pescadores de Haití, que son tan misteriosos, no se atreven a salir de faena el primero de enero porque eso llama desgracia, y cubren las canoas con trapos negros para que pasen la noche en la playa.
En los cuatro puntos cardinales del planeta, sin que importen mucho las diferencias de un país a otro, los mitos del año que comienza forman parte de las tradiciones humanas más populares. Los esquimales de Alaska, que viven todo el año entre el hielo del Polo Norte, cenarán esta noche con carne de oso cruda para garantizar salud y buena cacería.
Para empezar por el principio, es bueno contarles que la costumbre de celebrar la llegada de un nuevo año se remonta a los tiempos en que inventaron el calendario gregoriano, que dividió el año en doce meses. Desde entonces han pasado más de cuatro siglos. Fue en 1582.
Por esa época se originó el hábito de intercambiar regalos: los héroes de guerra entregaban a sus amigos tres higos secos rodeados por una corona de laurel, que era el emblema de la gloria. Las gentes de paz, en cambio, regalaban una ramita de olivo. Se puso de moda obsequiar lamparitas hechas de tierra seca, para iluminarse en las noches más oscuras del invierno.
Escobas en Japón y China
En Japón, que adoptó nuestro calendario desde finales del siglo XIX, no se tocarán 12 campanadas esta medianoche, sino 108, y sonarán en cada templo budista. Además, el Año Nuevo japonés es una celebración que dura una semana completa: comienza cuatro días antes y termina tres días después. Es lo que se conoce como la fiesta del gantan.
El primero de enero acostumbran hacer una limpieza minuciosa de la casa para purificarla, y ese día solo comen una especie de tallarines típicos que, según la leyenda, garantizan prosperidad y longevidad.
Por el contrario, los chinos, cuyo calendario varía según los ciclos lunares, barren siempre su casa el último día del año, pero nunca el primero, porque piensan que sería como echar para afuera toda la buena suerte que les trajo el año nuevo. Lo mismo pasa con los cuchillos, que son guardados bajo llave los primeros diez días del año, ya que al usarlos se estaría cortando la fortuna. Viéndolo bien, esas creencias mágicas de la escoba y el cuchillo tienen cierto sentido. Son como la lógica de lo ilógico.
la papa, el arroz y la silla
Volvamos un momentico a Colombia. La leyenda de Boyacá que mencioné al comienzo consiste en que, en los campos cercanos a Sogamoso, los vecinos agarran tres papas, dejan una como está y pelan las otras dos, pero de distinta manera, una por completo y la última a medias. Esconden las tres debajo de la cama. Esta medianoche meterán la mano y cogerán una al azar. Si agarran la que está totalmente pelada, tendrán serios problemas de dinero a lo largo del año; la que está medio pelada indica medios problemas, y si cogen la que tiene su cáscara completa, significa abundancia y dinero.
El dinero forma parte de la mayoría de leyendas colombianas de Año Nuevo, junto con la salud y los amoríos. A orillas del río Sinú, en Córdoba, de donde yo provengo, la gente tenía antiguamente la costumbre de poner en la mesa, mientras esperaba la medianoche, un billete y unos granos de arroz para que no faltaran la plata ni la comida.
En algunos pueblos de Tolima y Huila se suben en una silla, mientras el reloj da las doce de la noche, para dejar que todo lo malo pase por debajo. Para que vean que el mundo es un pañuelo, y que sus puntas se tocan, algo similar hacen en Finlandia, al norte de Europa, frente a las costas de Rusia. Allí las mujeres se paran en una silla y, a las 12 en punto, se lanzan desde arriba para dar un salto al futuro.
Las uvas y doce palomas
A todas estas, ¿de dónde viene la tradición de comerse doce uvas a la medianoche, una por cada campanada? Se trata, sin duda, de la leyenda de Año Nuevo más extendida por el mundo. Su origen es español. Y, como todo lo español, su historia está llena de fantasías, como el Cid Campeador. Hay algo de encanto y de magia en el simbolismo de los números: son doce las campanadas de la medianoche y doce los meses del año que se inicia.
Algunas páginas digitales dicen que todo comenzó hace poco más de un siglo, en 1909, cuando hubo en España una vendimia tan abundante que los cosecheros regalaron la uva para que no se perdiera. No es verdad, por cuanto existen testimonios de esa tradición desde el siglo XIX. Lo cierto es que el ‘templo principal’ de dicha ceremonia, que se repetirá esta noche, es la plaza Mayor de Madrid, donde la multitud corea a gritos el número de cada campanada mientras se va comiendo sus uvas.
Por otra parte, en las aldeas del centro de Alemania cultivan, desde tiempos inmemoriales, una de las tradiciones más hermosas del mundo: a las doce de esta noche el vecindario se reunirá en la plaza para soltar doce palomas blancas. Simbolizan, una por cada mes, el optimismo y la esperanza.
Hoguera de pecados
A los italianos no les falta en Nochevieja un plato de lentejas en la mesa. Así aseguran la prosperidad. Esa práctica se puso de moda cuando las lentejas se usaban en el comercio como si fueran monedas.
Ya se sabe que nada es más puntual que un tren inglés. No están programados para llegar a la una de la tarde, sino a la una y dos minutos. Y a esa hora llegan. La última noche del año los ingleses tienen una curiosa costumbre: consiste en ver quién llega primero a visitar a sus amigos, porque ese será el que determine la buena o mala suerte en el año nuevo. Los visitantes llevan en la mano los mismos regalos humildes pero entrañables desde el siglo diecisiete: un pan o una bolsa de carbón.
Allí cerca, en los pueblos escoceses, que también son británicos, la fiesta que se celebra esta noche recibe el nombre de Hogmanay. Consiste en prenderle fuego a un barril que hacen rodar calle abajo, quemando todos los sinsabores del año pasado.
Ya que hablamos de quemar, en las montañas interminables del Tíbet, tierra espiritual por excelencia, la fiesta de Año Nuevo dura 21 días, durante los cuales se suspende toda actividad para darles paso únicamente a las ceremonias religiosas. Existe la costumbre de encender altas hogueras en la calle. Sobre ellas, los monjes budistas sostienen hojas de papel en las que cada quien ha escrito sus pecados del año que se acaba. Mientras van rezando en voz alta, los monjes esperan que las llamas devoren cada hoja, y entonces la muchedumbre estalla en júbilo.
Ropa interior y los viajes
Mis esfuerzos han sido en vano. Busqué y rebusqué por todas partes, pregunté a los viejos, consulté a los eruditos, revolví enciclopedias de curiosidades, pero no he podido descubrir dónde fue que las mujeres inventaron la costumbre, muy colombiana, por lo demás, de ponerse ropa interior amarilla el 31 de diciembre.
En casi todos los países occidentales, como Francia, argy y Estados Unidos, las mujeres usarán esta noche interiores rojos, un color que representa el amor ardiente y la pasión. Pero el amarillo, que más bien simboliza la prosperidad, solo se usa en unas cuantas naciones, Colombia entre ellas.
No se sorprendan esta noche cuando vean a unas personas extrañas, especialmente señoras, que le dan deprisa la vuelta a la manzana, casi trotando, con una maleta vacía en la mano. Tienen la esperanza de viajar todo el año.
En Corea creen que quien se quede dormido antes de las doce amanecerá mañana con las cejas blancas. También queman ramas de bambú para que el crepitar de las llamas espante a los malos espíritus.
Epílogo
Leyendas, mitos, costumbres, fábulas y fantasías. El viejo sueño humano de controlar el futuro para alcanzar la felicidad. Una de las tradiciones de Año Nuevo que me gustan más tiene lugar en la India milenaria, exótica y mística. Me refiero a la fiesta de la luz.
Según su propio calendario, la India celebra el año nuevo entre octubre y noviembre. Dura cinco días y en todas sus regiones, por muchas que sean las diferencias raciales, religiosas o culturales, la luz juega un papel principal. Durante esos cinco días, en cada puerta o jardín hay una lamparita encendida que representa el tiempo de la luz, que es el bien, contra los tiempos de la sombra, que es el mal.
Cómo me gustaría que en Colombia, donde vivimos días de tanta oscuridad, cada quien encienda una luz esta noche. No tanto en el frente de su casa, sino en el fondo de su corazón. Ah, pero, además, deseo que cada uno agarre la papa correcta, la que está llena de cáscara, para que no pasen ustedes el año pelados.
JUAN GOSSAÍN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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