A Salvador Cabañas lo salvó el fútbol
Son las 8 de la noche. Salvador Cabañas descansa en uno de los muebles de su casa. Han pasado 11 horas desde cuando empezó su jornada de dos entrenamientos en la cancha del equipo 12 de Octubre y de darse una vuelta por la panadería que les regaló a sus padres hace años, cuando fue la estrella de la Selección de fútbol de Paraguay, el ídolo del América de México, el elegido como el mejor futbolista del continente, el goleador de la Copa Libertadores.
Tras marcarle a su celular suena un backtone, ese sonido especial que reemplaza el tono de repique tradicional de los teléfonos, que no dejaba duda de que se trataba del aparato del goleador paraguayo: “Roque presiona y avanza por la izquierda... ¡Viene el segundo de Paraguay... Cabañas con la pelota y... ¡¡¡Goooooooll, goooooooll paraguayo!!!”. Es la narración de uno de sus goles en sus días de gloria.
“¿Salvador...?” –pregunto–. “Hola. No tengo mucho tiempo, pero hablemos”. La charla, al final, duró 26 minutos. Su voz, con ese acento de canto entrecortado, de sílabas que saltan como dedos en un arpa paraguaya, es reposada. No es el rugido de la fiera que era en la cancha. Más bien es mansa, como la de un cachorro. Pareciera que piensa muy bien cada palabra que va a decir, y siempre repite la última frase. “He regresado a trabajar con doble jornada junto al equipo, me he sentido muy bien, me he sentido muy bien”, dice el futbolista, de 33 años, que fue inscrito por el club 12 de Octubre, recién ascendido a la primera división de la Liga paraguaya, que hoy empieza. Es el mismo equipo en el que debutó hace 16 años.
‘¡Pues dispara...!’
Han pasado cuatro años desde la madrugada del lunes 25 de enero del 2010, cuando un balazo entró en su frente, en un baño de un bar de Ciudad de México. El proyectil se alojó en la zona izquierda de su cabeza y aún está ahí. “Nunca me voy a olvidar de ese día. Me preguntó: ‘¿Tú eres Cabañas?’. Y le respondí que sí, que en qué le podía ayudar. Sacó su pistola y me dijo: ‘¡En nada!’. Me dijo que era mi último día y que pidiera un deseo, que pidiera un deseo. Le pregunté por qué me iba a matar y me contestó: ‘Porque estás robando, porque ganas mucho dinero y porque eres extranjero’. Entonces, yo le dije: ‘Pues dispara’. Y ahí disparó, ahí disparó”. El que apretó el gatillo fue un tal ‘J. J.’, José Jorge Banderas Garza, quien fue apresado. Según las autoridades mexicanas, pertenecía al cartel narcotraficante de Sinaloa.
Cabañas cuenta que durante los días que estuvo en estado crítico, jugándose la vida en la sala de cuidados intensivos del Hospital Ángeles del Pedregal, conversó varias veces con su abuela paterna, Gracilia Ortega, ya fallecida para ese entonces. “Hablé con ella. Me dijo que todavía no me iba a morir, que todavía no me iba a morir... Me dijo que yo iba a triunfar en el fútbol. Pero también durante los días en la clínica, Dios me habló y me pidió que ayudara a los más necesitados. Por eso hice mi escuela de fútbol para niños. Quiero ayudarles a que sean futbolistas. Y si no son futbolistas, pues que tengan una buena formación como personas”.
Dionisio Cabañas, su papá, cree que sí mantuvo esas charlas con el más allá. “Mi mamá fue la que le puso el nombre de Salvador. Seguro que habló con ella. Salvador hace todo pensando en su familia, en sus hijos (Santiago y Mía Ivonne, de 13 y 9 años respectivamente), que fueron determinantes en su recuperación, porque todo lo hace pensando en ellos, en sacarlos adelante”.
Poco a poco, día tras día durante estos cuatro años, Salvador ha recuperado y construido su vida con sonrisas y estando ocupado.
“Ahora está más divertido. Antes se veía apagado y triste”, dice Luis Griner, médico del club 12 de Octubre. Es un bromista con sus cercanos y compañeros de equipo. “Me gusta inventarles cosas y luego decirles que son mentiras”, dice, mientras suelta una risa, el jugador que hasta hace un año y medio vivió con la que era su esposa, María Alonso Mena, su novia de toda la vida y de quien se separó por discrepancias económicas después del balazo. “Era muy callado, pero ahora que vive con nosotros es alegre, juguetón”, expresa su papá.
Del ruido y el humo del D. F. pasó a la tranquilidad casi silvestre de su natal Itauguá, una ciudad de unos 90.000 habitantes, a 30 kilómetros de Asunción, en la que se oyen los gorjeos de los pájaros. “Acá todo es muy tranquilo, no hay mucho tráfico ni andamos en los afanes de las ciudades grandes”, señala Cabañas.
En sus días de superestrella del balón, de insaciable goleador, de fotos en las primeras páginas en los diarios, lo primero que hizo fue cumplir con la palabra que les dio a sus padres: les remodeló la casa, la misma en la que creció. Además, les dio una panadería para que tuvieran su propio negocio. “Quería comprarles una casa en Asunción, pero mi mamá (Basilia Ortega) no quiso. Entonces les mandé arreglar nuestra casa y les di un negocio para que tuvieran sus propios ingresos, sus propios ingresos”, cuenta. Y sigue: “Mis padres me inculcaron que con el dinero debía ser ordenado. Por eso tengo inversiones y terrenos (en Paraguay), y tengo casas en Cancún y Acapulco (México). Nunca fui de excesos, siempre llevé una vida muy controlada, puedo decir que nunca gasté 1.000 dólares en un pantalón. Cuando empecé a ganar algo de dinero, en mis inicios, le entregaba el sueldo a mi papá”.
Dionisio, sin darle aparente importancia, cuenta que hace unos días otro periodista, también extranjero, lo entrevistó y luego publicó que Salvador se había vuelto repartidor de pan. “Eso es mentira. Fue una mala interpretación. Nos pidieron unas fotos como si trabajara en la panadería. Eso fue todo. Yo manejo y me encargo de la panadería; y Salvador, que a veces me acompaña, se encarga de su recuperación”, afirma.
El fútbol, motor y alma
Al hablar del fútbol, las palabras de Salvador son aún más lentas y quebradas. Hay más silencios. El fútbol es su vida, su motor, su alma. A los 14 años, cuando en la familia no abundaba el dinero y se mandaban remontar las suelas de los zapatos gastadas por patear la pelota, juró que un día les daría todo a sus padres y a sus dos hermanos (Édgar, el mayor, de 36 años, y Clara, la menor, de 26). Fue cuando se metió en un bus que tenía parada en Asunción, solo con un morral en el que cargaba los sueños y un par de guayos. Ahora, como el año pasado, cuando entrenó y jugó algunos pasajes del torneo de segunda división de su país con el equipo General Caballero, al amarrarse los botines antes de cada entrenamiento ata también la esperanza, por qué no, de llegar a ser, algún día, el de antes. “Yo les he dicho a los directivos que si el cuero (el cuerpo) no me da más, pues me retiro, pero eso dependerá de cómo juegue este semestre. Solo espero volver a jugar con la Selección, volver a jugar con la Selección. El fútbol para mí es todo. Es lo que me ha dado la posibilidad de ser lo que soy, de ayudar a toda mi familia”.
Pero la bala dentro de su cabeza le resta algo de visión y sus movimientos no son del todo sincronizados. “Por nosotros, él no jugaría más; pero él dice que esa es su profesión y es lo que quiere hacer, por eso lo apoyamos”, cuenta su padre.
“Me habían dicho que si la pelota venía muy fuerte no le metiera la cabeza, pero el primer gol que hice después del atentado fue de cabezazo, fue de cabezazo”, recuerda Salvador entre risas. Griener, el médico del 12 de Octubre, habla claro: “Le estamos haciendo un trabajo neuromuscular para que mejore sus movimientos motores y su sincronización. Todavía no hará fútbol. Hace dos años tenía más movimientos. Y como hace cinco meses terminó el campeonato de segunda división, tiene un sobrepeso de 7 kilos”. Luis Salinas, presidente del equipo, está orgulloso de tenerlo hoy en su plantel. “¡Salvador es quien nos hace un favor estando con nosotros. Nunca nosotros a él!”, dice con evidente disgusto. Y agrega. “Él es un hijo nuestro. Es un ídolo, es lo máximo que nos ha pasado. Esta es su casa”.
Cabañas estará hoy, a las 5:20 de la tarde, en las tribunas del estadio Juan Canuto Pettengill para ver el debut de sus compañeros del 12 de Octubre en la temporada 2014, a la espera de, en pocos juegos, entrar al campo y hacer que los locutores narren otro de sus goles, como el que tiene de tono de espera en su celular.
A un paso de Europa
A Salvador le llegó una oferta del M. United, pero América le dobló el sueldo y tenía premios especiales, razón por la cual desistió de ir a la Premier League.
“Me pagaban como a europeo, y mis bonificaciones eran diferentes a las del resto del equipo, por eso decidí seguir en México”, afirmó.
Dionisio, su padre, confesó que para esta temporada intentaron que jugara con Guaraní, el equipo del que son hinchas, pero no lograron un acuerdo.
ANDRÉS FELIPE VIVEROS B.
Redactor de EL TIEMPO
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