Visitar París y después morir, decían. ¿Será verdad? Hay algo más vitalmente cierto e irrefutable: visitar las islas Galápagos y después vivir más reconciliado con la vida y con el cosmos.
Entre todas las ofertas escogí el catamarán velero Nemo II, precioso barco para doce personas, dotado de todas las comodidades. Su tamaño permite al viajero gozar de la intimidad y del silencio que las islas exigen.
Sabido es que Charles Darwin visitó el archipiélago en 1835. De las cinco semanas que el barco Beagle –capitaneado por Fitz Roy– estuvo anclado en las islas, solamente dos empleó Darwin en tierra. Pero fueron suficientes para, con estudios posteriores, formular sus teoría sobre el origen de las especies, la selección natural y la evolución. La verdad es que recorriendo las islas y codeándose con sus pacíficos moradores, que son las aves, los leones marinos, los lagartos y las tortugas, el viajero no puede menos que sentirse trasladado al edén aquel del cual fuimos expulsados hace millones de años. Visitar Galápagos es, por lo menos, asomarse a los predios del paraíso.
El archipiélago, anexado a Ecuador en 1832, se encuentra a 970 kilómetros de tierra firme. Aterrizamos en la isla de Baltra y nos instalamos en el Nemo que nos llevó inmediatamente a la isla Seymour Norte. Fueron ocho días durmiendo en el barco, navegando de noche y visitando las principales islas. Al terminar el recorrido habíamos quedado con una visión completa y exultante sobre las islas Encantadas, como también se las llama.
Dimos la vuelta total a la isla, que apenas mide 2 kilómetros cuadrados. En tan pequeño espacio vimos centenares de piqueros de patas azules, enormes iguanas terrestres amarillas y muchas fragatas, cuyos machos hinchan la bolsa roja que llevan bajo el pico para así atraer a las hembras. Este fue el bautismo, un bautismo de vida, de inocencia genesial, de cercanía hasta casi tocar a las aves impasibles en sus nidos. Así serían todos los días. Los animales ven pasar sin inmutarse a los visitantes y estos, nosotros, los contemplábamos extasiados.
En la isla Santa Cruz, que posee la ciudad mayor del archipiélago, llamada Ayora, visitamos el Centro Darwin, donde procrean tortugas e iguanas para repoblar las islas y nos adentramos hasta el rancho Manzanillo. Nuestra sorpresa fue mayúscula al encontrar una tortuga gigante en la carretera. Allí estaba y allí quedó.
Y en los caminos y potreros comenzamos a ver cada vez más emocionados tortugas y más tortugas, todas gigantes. Conocimos a la compañera del solitario George, que fue la última tortuga centenaria sobreviviente de la isla Pinta y cuya muerte fue noticia mundial en el 2012. Nos dijeron que desde entonces la viuda vive triste. “Los brutos tienen corazón sensible”, decía el poeta Epifanio Mejía.
Galápagos es patrimonio natural de la humanidad, parque nacional, territorio Ramsar y reserva ballenera. En el mercado de la isla, pelícanos y leones marinos se mezclan entre los compradores pidiéndoles trozos de carne. El espectáculo es divertido.
Nos dirigimos luego a Isabela, que con 4.500 kilómetros cuadrados es la más grande de las islas, todas ellas de origen volcánico. Isabela posee cinco volcanes: Darwin, Cerro Azul, Alcedo, Sierra Negra y Wolf; este último, con 1.700 metros de altura. En punta Arenas recorrimos un inmenso mar de lava petrificada y llegamos hasta una laguna, donde dos flamencos se dedicaban a pescar y a acicalarse. El Nemo II, de 22 metros de largo, 10,3 de ancho, 3 velas y motor de 200 caballos, nos llevó luego a la bahía Urbina, donde vimos muchas tortugas gigantes en sus nidos. El tercer atracadero en isla Isabela fue en Tangus, en cuyas rocas los marinos han dejado grafitis desde tiempo inmemorial; el más antiguo data de 1836, grabado con cuchillo en la roca. Subimos la escarpada isla; una loma separa la laguna Darwin del mar. Es bellísima, redonda, de aguas azules.
Cruzamos el estrecho Estrecho (la primera palabra es adjetivo y la segunda, sustantivo) entre Isabela y la isla Fernandina. Ambas islas están en proceso de formación y sus volcanes permanecen activos. Desembarcamos en punta Espinosa. Aquí nuestra emoción se elevó a cotas orgiásticas. Miles, dije miles, más aún diezmiles y más, de iguanas marinas, negras, se calientan, duermen, meditan en las rocas. “Cuidado con pisarlas”, nos advierte el guía. La observación es pertinente.
Caminando entre ellas, si nos acercamos a menos de medio metro, lanzan pequeños e inocentes escupitajos.
Naturaleza pura
Otra noche de navegación y amanecimos en la isla Santiago. Incluso los rojos y bellos cangrejos de Galápagos, que abundan en las rocas, son menos asustadizos que los de otras latitudes. Visitamos puerto Egas y playa Escamillas. Me fui caminando solo por el manglar y encontré el famoso gavilán de Galápagos, el ave rapaz insignia de las islas ‘perchado’ en un árbol. Me miraba, giraba su cabeza de derecha a izquierda; me acerqué y lo acaricié. Sí, lo acaricié. Llamé a los compañeros para que hicieran lo propio. Salí a la playa y, de nuevo solo, otro gavilán se acercó a mordisquear mi morral, que estaba en el suelo. Me acerqué y también lo acaricié. Estas ‘confiancitas’ solo parecen darse en el fabuloso mundo de estas islas Encantadas.
Otra noche y llegamos a la isla Rábida. Aquí en la playa, como en otras islas, los leones marinos y sus crías juegan y se desperezan en la arena. La piel lisa, brillante, la forma alargada y esbelta, los hace hermosos. Varias madres amamantaban a sus crías, y a una de ellas se le derramaba la leche. Regresamos a bahía Sullivan de la isla Santiago.
En mis recorridos por volcanes de todo el planeta nunca había visto un mar de roca petrificado tan hermoso como este. Las lavas, al enfriarse, han formado figuras de todas las formas. Otra noche y llegamos a isla Genovesa. Aquí encontramos al bello piquero de patas rojas. Fotografiamos pájaros que daban alimento a sus crías, regurgitando los peces engullidos, y en el mar dos mantarrayas enormes copulaban.
En las islas hay 13 especies de pinzones llamados Darwin y se encuentran por doquiera. La lista de reptiles, mamíferos y, sobre todo, aves endémicas, nativas y migratorias es larga.
La última noche nos hicieron una memorable cena de despedida en el Nemo II, nuestra bella casa flotante en el paraíso donde el tiempo mismo parece haberse detenido y petrificado.
Si usted va...
Se llega en avión desde Quito, haciendo escala en Guayaquil y se aterriza en la isla Bartra.
Llevar ropa para tierra caliente.
En el Nemo II hay luz eléctrica para cargar las pilas de las cámaras.
Los extranjeros pagan un impuesto de U$ 100 y los de la comunidad andina, 50.
El respeto a las islas debe ser total, no se debe ir por fuera de los caminos.
De junio a diciembre los mamíferos marinos y las aves de tierra están en su máxima actividad, pero toda época es buena para visitar las islas.
Informes Nemo II: María de Lourdes Gijón. nemo@galapagosinformation.com
ANDRÉS HURTADO GARCÍA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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