Lo de Crimea no es una nueva Guerra fría
La anexión relámpago que Rusia hizo de Crimea es, para muchos, la corrección de una injusticia histórica cometida en 1954 cuando el dirigente Nikita Kruschev le cedió esa estratégica península sobre el mar negro a Ucrania, que entonces integraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Para otros, en cambio, podría ser el principio de la apertura de una nueva Guerra Fría entre Occidente y Rusia, en alusión a aquel periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en el que la tensión entre los dos grandes bloques ideológicos, políticos y militares terminó generando diversos conflictos en el mundo sin que los dos mayores contendientes se vieran las caras. (Lea también: Crimea le dice sí a la reunificación con Rusia).
Ya antes había habido intercambios en el 2008 por la intervención rusa en Abjasia y Osetia del Sur que hizo posible su secesión de la exrepública soviética de Georgia, y otros desencuentros en ámbitos tan disímiles como Irak, Líbano y Siria, que al final terminaron en relativos acuerdos. Pero la violación de la integridad territorial de Ucrania, materializada esta semana, escala a otro nivel la disputa que marca la debilidad política de la Unión Europea, el regreso de Estados Unidos al escenario europeo después de años de fijar sus ojos en el Asia-Pacífico, y el peso geoestratégico de una Rusia que se sentía marginada desde hace tiempo tras la caída de la URSS y que en cabeza del presidente Vladimir Putin pretende recuperar viejas glorias imperiales. (EE. UU. y la UE anuncian nuevas sanciones a Rusia)
El tono lo pusieron desde la OTAN: “Hemos conocido otras crisis en Europa: los Balcanes en los 90, Georgia en 2008. Pero (Ucrania-Crimea) se trata de la amenaza más grave a la seguridad y estabilidad de Europa desde el fin de la Guerra Fría”, dijo el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen.
En efecto puede ser la más grave, pero de ahí a que se convierta en una nueva Guerra Fría, a juicio de analistas, es algo para lo que falta mucho terreno.
Para Tobi Gatti, especialista en Rusia de la administración de Bill Clinton y hoy con la firma de abogados Akin Gump, “esto no será como otra Guerra Fría pues en juego no está la dominación del mundo sino intereses estratégicos más precisos y regionales”.
El profesor Luke March, de la Universidad de Edimburgo, señala aspectos ideológicos y económicos que no hacen posible equiparar la crisis actual con un episodio de la Guerra Fría: “Estamos entrando en un área de prolongada tensión, pero hay más que aparentes diferencias con la guerra fría /(...) No hay una polarización ideológica del nivel de la dicotomía comunismo-capitalismo”. También porque “la interpenetración de las economías limitará las acciones agresivas” y porque “ya no es un choque de economías iguales porque Rusia ya no es el gigante económico que fue y tiene fuertes debilidades internas que la URRS no tenía”.
March cree que a diferencia de lo sucedido en la Guerra Fría, la tensión "tampoco se extenderá a otras zonas del mundo como África, América Latina y Asia”.
Otros, como Álvaro Méndez, del London School of Economics e investigador asociado de la Universidad de Bristol, opinan que es un tema de lenguaje: “Estamos asistiendo a una retórica muy interesante pero creo que no va a pasar de eso. Recordemos el episodio de los micrófonos abiertos del presidente Obama y el entonces presidente ruso Dmitri Medvédev, quien era el protegido de Putin. En ese entonces, Obama le dijo: ‘dile a Vladimir que tengo que ser fuerte pero cuando las elecciones pasen todo regresará a la normalidad’”.
Del lado de los académicos rusos, no se es tan optimista: “Estamos en el comienzo, pero no en el fin, de una evolución tumultuosa de los acontecimientos”, advirtió Nikolai Petrov, profesor de la Alta Escuela de Economía de Moscú. “El discurso de Putin (del martes) concluyó la etapa actual de la absorción de Crimea. La pregunta es ¿qué pasará ahora?”.
Algo falló. No es claro si en el examen que Occidente hizo de Putin o si Washington pensó más con el deseo. Lo cierto es que ni organismos de inteligencia ni analistas previeron que ante la pérdida de influencia en Ucrania por la caída del presidente prorruso Viktor Yanukóvich, Rusia iba a tomar prácticamente por asalto la plaza de Crimea, tan útil a sus intereses geopolíticos por ser la base de su flota del mar Negro y camino hacia el Mediterráneo, y también lugar de sus nostalgias históricas.
Jan Techau, director del centro Carnegie Europe, sostiene que los líderes de ambos lados del Atlántico no lograron entender a Putin. “Los estadounidenses y los europeos subestimaron enormemente las intenciones reales de Putin”. Del presidente ruso se esperaba que fuera un aliado, así fuera incómodo. De hecho, Washington consiguió la ayuda de Putin para sortear la crisis por el uso de armas químicas en Siria y para las conversaciones sobre el programa nuclear iraní.
Para Occidente no era lógico que un país que cambió el socialismo por un capitalismo arrebatado y se la jugó a fondo para que los Olímpicos de Invierno de Socci fueran un éxito, ejecutara una audaz jugada de ajedrez en Crimea que hoy lo tiene frente al aislamiento internacional, el riesgo de expulsión del G8 –con todo lo que le costó ser aceptado–, y daños económicos graves en medio de una situación inestable.
Lo explica bien Fiona Hill, especialista del Brookings Institution y autora de un libro sobre Putin, para quien la visión del mundo de este líder está moldeada por su entrenamiento en la KGB (la antigua policía secreta soviética). “Putin siente que solo él conoce los intereses de Rusia”.
“Putin está probando hasta dónde puede llegar –afirma, por su parte, Xavier Follebouckt, experto en Rusia de la Universidad Católica de Lovaina–. Putin no va a renunciar a su sueño de construir su ‘Unión euroasiática’ (...) Rusia firmó ya acuerdos aduaneros con Bielorrusia, Kazajistán y Armenia. ¡Pero sin Ucrania, todo se fue al agua! ¡Sin Ucrania, Rusia se siente debilitada!”, resumió.
Algunos analistas opinan que por ahora Rusia no va a avanzar más, es decir, no se va a hacer a las regiones rusófonas del este de Ucrania porque eso significaría subir a niveles insostenibles el listón de la crisis con Occidente. Los costos de tamaña aventura serían muy altos. Con las sanciones económicas se perjudican las dos partes, pero más Rusia, y hay un elemento cultural clave, según Severin Weiland, analista de política exterior del semanario alemán Der Spiegel: "Una muy buena parte de la sociedad rusa contemporánea quiere participar y vivir al estilo occidental y no siente ninguna nostalgia por la URSS. A Putin poco le serviría una Rusia aislada y abrumada por un conjunto de sanciones financieras que la llevarían al abismo, lo que desencadenaría el ascenso desesperado de aventureros todavía más nacionalistas que tendrían objetivos más calculados que los que hizo Putin al tomarse Crimea. Y eso, Putin lo sabe".
De acuerdo con Stephen Hadley, que trabajó en la administración Bush, la normalización será más difícil en esta ocasión por que Rusia, con su anexión de Crimea ha ido mucho más allá de lo aceptable. ¨Tras Georgia, el mundo estuvo dispuesto a pasar la página pues en cierta medida fueron los líderes de ese país los que provocaron a Moscú. Pero ahora Putin está desafiando el orden mundial que salió del fin de la Unión Soviética. Quiere reescribir la historia que emergió tras el fin de la Guerra Fría. Hay dos visiones radicalmente opuestas de lo que Europa debe ser¨, dice.
José Ignacio Torreblanca, analista del European Council on Foreign Relations, considera que Occidente debe dejar claro a Rusia que no puede jugar a dos cosas, "por la mañana a la globalización y a la apertura comercial y mundial, y por la tarde a anexionarse países. No se puede tener esa actitud y a la vez tener la fortuna en Londres y comprarle armas a Europa".
En el fondo, todos ven en la actitud de Putin una reivindicación histórica que él ha esbozado en sus últimas intervenciones: Rusia está cansada de "verse empujada a un rincón" por Occidente, al que acusó de "decepcionarnos nuevamente y siempre y de tomar decisiones a nuestras espaldas". Occidente persiste con su política de "confinamiento" de Rusia, instaurada en los siglos XVIII y XIX contra el régimen de los zares, y luego en el siglo XX contra la URSS, dijo Putin. Los europeos y los estadounidenses "franquearon una línea" al ayudar a instalar en Kiev un gobierno prooccidental.
Esa es la visión y la reivindicación de fondo que quizás las capitales de Occidente no han acabado de entender.
REDACCIÓN INTERNACIONAL
*Con corresponsales y agencias
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