Albert Camus, en la intimidad de su hogar

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Albert Camus, en la intimidad de su hogar

Notapor WSiron » Jue, 26 Jun 2014, 10:02

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Apenas unos meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial nacían en París los mellizos Catherine y Jean Camus, en medio de la estrechez económica. “Durante nuestros primeros años, como mis padres no tenían dinero, vivimos donde amigos, mudándonos de un lado para otro”, cuenta al teléfono Catherine Camus (de 68 años), desde la casa familiar en Lourmarin –Provenza francesa– que el autor pudo comprar gracias al Premio Nobel de Literatura que ganó en 1957.


Catherine asumió en 1980 la gestión del legado Camus y ha publicado varias obras en torno a su padre o escritas por él. Entre ellas, El primer hombre, sobre la base del manuscrito de corte autobiográfico que estaba en su maletín ese fatídico 4 de enero de 1960, cuando el auto conducido por Michel Gallimard se estrelló contra un árbol, acabando con la vida de Albert Camus cuando solo tenía 46 años.


Ahora Catherine se prepara para lanzar Le monde en partage (El mundo como legado), siempre con Ediciones Gallimard, que incluye imágenes y citas de su padre. Estará en librerías francesas el 25 de noviembre y se sumará a las reediciones, ensayos y otras publicaciones sobre Camus que han aparecido en su centenario. Al parecer, serán los libros los que marcarán este aniversario, más que las muestras o actos conmemorativos en Francia, donde su pensamiento aún provoca incomodidad.


¿Cree que el pensamiento de su padre se adelantó a su época y hoy encuentra más eco en la juventud?


Ciertamente, pues todo lo que él predijo, tratando de alertar a sus contemporáneos, sucedió. Dijo que el eslogan iba a reemplazar al diálogo. Señaló que en unos años la civilización occidental sería puesta en tela de juicio. Predijo que Francia no sería una potencia, pero que podía ser un ejemplo.


Cuando publicó ‘El hombre rebelde’, en 1952, fue excluido del llamado Grupo de Saint Germain, liderado por Sartre. ¿A su padre le afectó esa situación?


Fue duro, y afortunadamente en esa época no existía Internet, porque hubiese sido letal. Atacaron al hombre, no a la obra, y de manera extremadamente violenta. Florence Malraux, que trabajaba en Gallimard, me contaba que tenía que ir a escondidas a tomarse una copa con Camus, por temor al repudio de sus amigos.


Su postura contra los totalitarismos fue lúcida.


Claro, pero en esa época si alguien denunciaba el Gulag soviético, era considerado “el aliado objetivo de la derecha”, pero para la derecha, mi padre era muy de izquierda. Sartre tenía una orquesta tras él. Mi padre estaba solo. Solo.


¿Hablaba de esa soledad?


Una vez, cuando yo tenía 9 años, lo encontré en el salón, abrumado, y le pregunté: “¿Papá, estás triste?”. Él me miró y me dijo: “Estoy solo”. Me dio pena, porque no supe responderle que yo sí estaba con él. Algunos amigos lo apoyaron, como René Char, pero los otros tenían pavor. Existía una dictadura del pensamiento, que persiste, aunque solapada.


Francés y argelino


Albert Camus nació en Argelia en una familia formada por un alsaciano y una argelina de origen español. La madre del escritor, Catherine Sintes, que enviudó cuando su hijo aún no cumplía un año, es un personaje frecuentemente evocado por el narrador. “Murió sin haber leído los libros de su hijo, ya que era analfabeta, y casi sorda”, revela Catherine. “Nunca quiso abandonar su minúsculo departamento ni su tierra. Su marido murió en la Primera Guerra y ella crió a sus dos hijos sola. Era dulce, tímida y resignada. Fue escandalosamente pobre, pero no tenía amargura ni rencor”, agrega.


La madre de los mellizos, Francine Faure, segunda esposa de Camus, era una pianista nacida en Orán, casi al otro extremo del pueblo natal de Camus, Mondovi. “También era francesa de Argelia”, aclara Catherine.


Camus, tan francés como argelino, trató de conciliar ambas raíces. En Estocolmo proclamó: “Mi patria es la lengua francesa” y rechazó toda forma de violencia, de un lado u otro del Mediterráneo y en el mundo entero. Su llamado Pensamiento del Midi se construye entonces “en un ir y venir entre el sí y el no, el derecho y el revés”, escribe Catherine en el prólogo de su libro antológico.


Su compleja historia argelina aún genera polémicas y, de hecho, algunos atribuyen a este tema la salida sucesiva de los dos curadores de la principal exposición en torno al autor, en Aix-en Provence (comuna francesa): el historiador Benjamin Stora y el filósofo Michel Onfray.


Al final de su vida, ¿apoyaba a los independentistas o a Francia?


En Crónicas argelinas, que estamos reeditando, explica su posición: quería una federación, algo muy adelantado para Argelia. Pensaba que un partido único no sería bueno para esta nación, ni para Francia, y ya hablaba del imperio islámico al cual sería sometida Argelia. Ahora mire lo que está pasando.


Amores clandestinos


A media hora de Aix-en-Provence, a los pies del Luberon, pequeña montaña que, entre campos de olivos y lavandas, se yergue tras el Mediterráneo, se instalan los Camus-Faure. Una familia que era singular, porque “mis padres estaban separados, pero juntos”, cuenta su hija.


Los amores clandestinos de Camus llenaron muchas páginas. “La casa de Lourmarin fue un regalo sorpresa para nuestra familia. Nos trajo aquí cuando la tenía completamente amoblada. Era como un sueño”, recuerda Catherine.


¿Cómo era su padre en casa?


Hablaba poco de él y jamás de sus libros. Jugábamos todo el día, no teníamos ni Playmobil, corríamos, jugábamos a la pelota o a lo que nuestra imaginación nos dictara. No éramos niños mimados.


¿Tuvieron una educación camusiana?


Ciertamente; lo que agradezco. Él no nos daba grandes discursos, solo nos decía que no había que mentir; nos dejaba libres, pero nos hacía responsables de nuestros actos. Nos hacía ver que teníamos derechos y deberes. Era muy equilibrado. Teníamos una confianza total en él; para nosotros, lo que decía era palabra de Evangelio.


Ha dicho que su padre tenía un temperamento monástico.


Vivía entre la austeridad y la sensualidad. Por ejemplo, los muebles de esta casa eran muy duros; era algo asceta, pero, por otra parte, mi padre adoraba la vida (ríe).


¿Cuál es su libro preferido de Camus?


La caída, porque está muy bien hecho y muestra la ambivalencia del ser humano, nuestras zonas de sombra y de luz, la inocencia. También Calígula, que fue el primero que leí, porque me hace reír, aunque no es nada gracioso. Y el Discurso de Suecia, en el que expresa su visión del oficio artístico.


Pensamiento fuerte


La Biblioteca Méjanes, de Aix-en-Provence, es hoy la depositaria del fondo Camus. “Es la ciudad más próxima de donde vivo y no podía seguir conservando en mi casa los miles de archivos, documentos, manuscritos, fotografías y todas las ediciones en todas las lenguas que componen este fondo”.


¿Fue a visitar la muestra que abrió allí el 5 de octubre, tras las otras dos tentativas fallidas?


Fui. Es complicado para mí opinar, porque tengo un problema en la vista, no veo nada cuando baja la luz y esta exposición es con paneles luminosos. No puedo opinar ni comprender. Y a mi edad no tengo ganas de entender algo así.


¿Participó en las dos primeras tentativas?


Ayudé al historiador Benjamin Stora, que estaba a cargo de la primera, pero ni él ni yo sabemos por qué la anularon. Luego casi no alcancé a trabajar con Michel Onfray, que desistió muy pronto. No tengo idea qué pasó. Hubo pugnas políticas, pugnas de egos, entre intelectuales parisinos. De todas formas, Camus no puede interesarle a quienes están en el poder. En el Discurso de Suecia dijo que el escritor debe estar al servicio de los que padecen la historia, no de los que la hacen.


¿Qué piensa de las tesis que atribuyen el accidente a un atentado?


La verdad es que jamás acepté la brutalidad de su muerte, y si ahora más encima tuviera que incorporar la idea de que fue asesinado, no podría soportarlo. Prefiero no saber. De todas maneras, el resultado es el mismo, está muerto.


Tal vez, lo mejor, como en su ‘Mito de Sísifo’, es imaginar a Camus feliz en su muerte.


Nosotros los africanos somos fatalistas. Decimos: mektoub, que en árabe significa “estaba escrito”.


¿Qué opina de la propuesta de Nicolás Sarkozy de trasladar los restos de Camus al Panteón?


Sarkozy fue muy correcto, pero la idea me horrorizó. Afortunadamente mi hermano se opuso. Recibí tantas cartas de personas tan humildes como mi padre pidiéndome que aceptara, que fue una decisión difícil para mí. Estoy muy feliz de que se haya quedado en Lourmarin.


MARILÚ ORTIZ DE ROZAS
El Mercurio (Chile)



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WSiron
 
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