Los partidos de ultraderecha ganan espacio en toda Europa
La reciente y para muchos inexplicable tragedia en Noruega, donde el viernes un militante de extrema derecha asesinó a decenas de personas ante la inocente inoperancia de la Policía, vuelve a alertar a Europa sobre el exponencial crecimiento de estos movimientos y lo peligrosos que pueden llegar a ser sus solitarios y aislados militantes.
La ultraderecha gana espacio en toda Europa, forma parte de coaliciones de gobierno en Dinamarca, Holanda, Italia y varios países del este y controla cientos de municipios.
En Francia, Marine Le Pen, hija del ya casi legendario Jean-Marie Le Pen, podría incluso quedar por encima del conservador Nicolás Sarkozy en las elecciones presidenciales del año que viene. En los países nórdicos crece con fuerza, y en Bélgica han tenido que ser aislados para poder intentar formar gobierno.
Para el politólogo Jean Yves Camus, en diálogo con AFP, la preocupación es determinar "qué relación existe entre la violencia política de extrema derecha y el avance de formaciones populistas xenófobas, algunas claramente de extrema derecha".
Para él, estos partidos, por un lado, "frenan las expresiones más violentas", pero, por otro, "generan gente que abandona esas estructuras" por considerar que son demasiado blandos o moderados.
Y, en cuanto al plano policial, algunos analistas, como Nicolás Lebourg, creen que los sistemas de inteligencia del mundo se concentraron en combatir la amenaza islamista tras los atentados del 11-S y vertieron todo su caudal en los grupúsculos herederos de Al Qaeda, pero no en el germen de un radicalismo interno, que es el que ha explotado en figuras como la del noruego Anders Behring Breivik.
Imagen y carisma
Los nuevos partidos extremos ni siquiera tienen que tocar el poder para aplicar sus políticas, porque la derecha tradicional, temerosa de perder votos, copia y aplica sus iniciativas. Pero esta extrema derecha no es la misma del siglo XX, abiertamente fascista. Basa su éxito en una imagen moderna, unos líderes jóvenes y carismáticos y el miedo a todo lo que parezca islam.
Se apoya también en un racismo y una xenofobia crecientes y en el hartazgo de las poblaciones con una clase política a la que ven como marionetas de los mercados financieros.
Figuras jóvenes -casi todas en torno a los 40 años- tienen en común una fuerte antipatía a la Unión Europea y predican soluciones simplistas a los problemas de unas sociedades envejecidas y conservadoras.
Se los puede dividir en dos definiciones: los herederos y los innovadores.
Entre los primeros cobra fuerza Marine Le Pen, hija del fundador del Frente Nacional francés y tercera fuerza política, de creer en los últimos sondeos. Eurodiputada desde el 2004 -con muy poca presencia en Bruselas-, Le Pen, que cumple 43 años, estuvo tras la sombra de su padre hasta el año pasado, cuando este le pasó los mandos.
Abandonado el revisionismo de la historia de la Segunda Guerra Mundial -su padre minimizó el holocausto judío-, Le Pen se está convirtiendo en una opción aceptable para la derecha. Sus claves son la fuerte islamofobia, un discurso duro contra la inmigración y populismo en lo económico y en el papel francés en Europa.
Del estilo de Le Pen es el sueco Jimmie Akesson -de 31 años-, heredero de los fascistas suecos -hasta 1996 vestían uniformes en sus reuniones-. Akesson, que cuida su imagen y ha hecho que su partido, Demócratas Suecos, abandone la parafernalia neofascista, tiene una obsesión: expulsar a los inmigrantes, empezando por los musulmanes, apoyándose en una clase trabajadora que empieza a competir por trabajo y servicios sociales con esos inmigrantes y que se siente abandonada.
Como ellos, aparecen figuras como el austríaco Heinz-Christian Strache. Guapo, de ojos azules, sonrisa de cuña publicitaria, Strache ronda el 25 por ciento de los votos y nutre a su partido de jóvenes salidos de las Burschenschaften, corporaciones de estudiantes nacionalistas y pangermánicos prohibidas a las mujeres. Strache no habla del Tercer Reich, sino del "peligro del islam".
También figuran modernos neonazis como el independentista flamenco Filip Dewinter -heredero de los colaboradores belgas con los nazis durante la Segunda Guerra- y miembro muy joven de las Jongerenfront, grupos neonazis de universidades flamencas.
En el otro capítulo estarían los innovadores, políticos sin tradición de extrema derecha, en países donde tales tendencias son nuevas. Se basan principalmente en su islamofobia.
El ejemplo Wilders
El caso de libro es el holandés, xenófobo y populista Geert Wilders. Su cabellera teñida de rubio platino ya pasó por el Partido Liberal, pero incómodo por su moderación, se fue y fundó el Partido de la Libertad. Provocador profesional, se describe como un "libertario de extrema derecha" y rechaza que se le mezcle con dirigentes similares de otros países. De sus diputados dependió la formación del último gobierno, una coalición de conservadores y liberales que se apoya en Wilders, faltos de mayoría parlamentaria suficiente.
Heredero político del asesinado Pim Fortuyn, dijo en declaraciones al diario británico The Guardian que "el islam no es una religión: es una ideología, la ideología de una cultura atrasada" y "fascista", tras comparar el Corán con el Mein Kampf (Mi lucha) de Hitler. Wilders es una de las figuras que más admiraba el asesino noruego.
Del estilo de Wilders es el finlandés Timo Soini. Jefe del Partido de los Verdaderos Finlandeses, tercero en las últimas legislativas, es un antieuropeísta furibundo a pesar de ser eurodiputado.
También está Krisztina Morvai -la Barbie Fascista-, una húngara rubia, atractiva, la más destacada de una nueva generación de políticos de tendencias muy extremas. Morvai es antisemita, xenófoba y tiene una tendencia incontrolable a criminalizar a los gitanos. Su partido, Jobbik, a la derecha de la extrema derecha, tiene incluso un grupo paramilitar, ilegal pero tolerado.
Estos son los nuevos movimientos, pero partidos de extrema derecha hay también en Polonia, Italia, el Reino Unido, Dinamarca, Eslovaquia, la República Checa, Rumania y Bulgaria. Los camisas pardas van conquistando, poco a poco, franjas electorales que hasta ahora tenían vedadas.
El caso de los noruegos
El populista Partido del Progreso (FRP), donde militaba Anders Behring Breivik, se consolidó como segunda formación en las legislativas del 2009, con un 22 por ciento de los votos, tras el Partido Laborista, del primer ministro, Jens Stoltenberg.
La tradicional permisividad política escandinava favorece a estas formaciones, cuyo impacto crece en la medida en que lo hace su cómputo de escaños, principal fuente de ingresos de las formaciones.
IDAFE MARTN PREZ
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