Esta semana, la firma América Economía Intelligence destacó nuevamente a Bogotá como una de las ciudades más atractivas para hacer negocios en América Latina.
Estamos en el puesto 8 entre las 15 primeras, noticia que debería llenarnos de orgullo, pues muestra que a pesar de sus múltiples dificultades, la vitalidad de la capital, su fuerza laboral, la versatilidad de su mercado y su ubicación estratégica la ponen como referente para ejecutivos de todo el mundo.
Dice Adriana Suárez, directora ejecutiva de Invest in Bogotá -entidad que se desvela por atraer inversión- que a nuestra urbe la favorecen el buen clima para los negocios, la oferta de servicios, el desarrollo profesional, el capital humano, etc. Y eso está bien, pero no es suficiente.
Bogotá sigue sin definir qué tipo de desarrollo económico es el que desea impulsar, para dónde hay que jalonar, más allá de satisfacer su consumo interno. Las últimas administraciones han concentrado sus esfuerzos en esto último y no en potencializar a la capital fuera de sus fronteras. Y en eso tiene mucho que ver el sector privado.
Por ejemplo, llevamos una década tratando de conformar la llamada ciudad-región, y los avances son precarios, a pesar de todo lo que ello significaría en términos de generación de empleo, exportaciones, vías, transporte, vivienda y aprovechamiento de recursos naturales.
Para la muestra un botón: los 20 municipios que integran la región metropolitana de Río de Janeiro (Brasil) son los que jalonan la economía de la ciudad, no solo por recaudos tributarios y consumo de energía, sino por la evolución de las industrias asentadas en ellos, según un reciente estudio de la CAF sobre Desarrollo Humano y Movilidad en América Latina. En Bogotá y sus municipios vecinos, en cambio, lo que se percibe es una rapiña en materia tributaria, un afán expansionista sin control y un elevado precio de la tierra.
El PIB del área metropolitana de Santiago (capital rota) representa la mitad del producto total del país; en nuestro caso, el PIB de Bogotá no alcanza a ser el 30 por ciento de toda la nación.
Y aunque ha habido avances, la capital sigue rezagada en conectividad. Hoy, ocupa el tercer lugar en penetración de Internet, por debajo de Bucaramanga y Medellín. Por supuesto, no se trata de ser aguafiestas. Al contrario, es loable lo que se ha conseguido, pero vale la pena que todos nos hagamos esta reflexión: si hoy somos una ciudad atractiva para la inversión extranjera -a pesar de no tener metro, de un atraso vial que lleva décadas, de un aeropuerto en obra negra, de un subempleo que supera el 50 por ciento, de escándalos de corrupción que todavía nos sonrojan y de bandas que atracan a la gente en un bus-, se imaginan lo que seríamos si solo uno o dos de estos aspectos los tuviéramos ya resueltos? Seríamos algo así como la ciudad maravilla.
ERENESTO CORTS FIERRO
EDITOR JEFE EL TIEMPO
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