El martes a las 8:20 de la noche, cuando estábamos a punto de cerrar la edición impresa de El Heraldo, recibí una llamada del exgobernador y presidente de Tecnoglass Rodolfo Espinosa Meola: se encontraba cenando en el afamado restaurante Carmen de Medellín con otros dos empresarios y en una mesa contigua se encontraba Bill Gates.
Le pedí de inmediato que tomara una fotografía con su Blackberry y la enviara en el término de la distancia. A los pocos minutos volvimos a hablar. Espinosa y sus dos amigos empresarios, el presidente de la constructora Giracanto, Héctor Raúl Álvarez, y la gerente de Mario Londoño & Cía, Carolina Londoño, habían intentado acercarse a la mesa, donde también se encontraba Jaime López, hijo del empresario Augusto López Valencia: cuatro escoltas habían surgido de la nada y se lo habían impedido, contó Espinosa. Desde la distancia, el supuesto Bill Gates les había hecho saber que tan pronto terminara de cenar se tomaría la foto.
Basta estar en una redacción a esa hora para entender los ríos de adrenalina que se desatan. La foto -sin la cual no publicaríamos una palabra- podía demorarse mucho tiempo y el diario tenía que imprimirse.
Consideré al mismo tiempo que podíamos hacer una movida para obtener una fotografía de mejor calidad que la del Blackberry. Le pedí a una joven estudiante universitaria, habitual colaboradora de nuestro diario, que se fuera a toda prisa para el restaurante y esperara afuera para la foto. Llegó a tiempo. El supuesto Gates aún estaba comiendo.Más tarde, adentro, vino la sesión de fotos.
La dueña del restaurante, la reconocida chef Carmen Vélez, se tomó fotos con el personaje, convencida de que lo que su cliente Jaime López le estaba diciendo era cierto: el mítico Bill Gates estaba probando su famosa sazón.
Ya para ese entonces la broma estaba en curso.
Muchos en el restaurante "compraron" la historia. Mientras en otras mesas, empresarios como el barranquillero Fernando Gutiérrez de Piñeres, de Drywall, y el antioqueño Carlos Gilberto Uribe, propietario del grupo textilero Chevignon/Americanino, contemplaban con discreción desde sus mesas, otros como Espinosa, Álvarez y Londoño procedían a tomarse la foto y a enviarla.
A la salida, la estudiante abordó al supuesto Gates, le dijo en inglés que era "su admiradora" e hizo la foto. Quizá fascinado por lo que estaba viviendo, el tipo posó y jamás hizo aclaración alguna.
En ese instante, tres horas antes en Seattle, ya con la foto enviada, llamamos a una amiga colombiana que trabaja para Microsoft y que ha visto a Gates en persona.
Estudió las fotos por Internet, dijo que era "igualito" y le sonó que estuviera en Colombia, pues había acercamientos entre la fundación de Gates y el país. De hecho, ya esa organización había reconocido la red de bibliotecas de Medellín.
Qué más se hubiera podido hacer a esa hora, cuando teníamos los testimonios, de serios y reconocidos empresarios, de que aquel era Bill Gates? Muchas cosas, ahora lo sé. Hemos debido darle más vueltas a una elemental pregunta: y qué tal que no fuera?
No es fácil despertarse a las 5 de la mañana con el trino de un periodista serio, Gustavo Gómez Córdoba, diciendo que aquel no era Bill Gates. Gómez trató el tema con profesionalismo y sin ánimo de devorar colega: hizo llamar a Jaime López y este dijo textualmente que se trataba de un amigo "que es muy parecido, pero no es Bill Gates", precisando que todo había sido una broma.
Fue el comienzo de una mañana tormentosa. Hablamos con López en contadas ocasiones y este reafirmó lo que le dijo a Caracol. A su vez Espinosa, Álvarez y Londoño insistían en que no se habían equivocado y pedían airadamente que López dijera quién era el hombre en realidad.
No fue, ni hasta la presente ha sido posible, que López responda a esa duda elemental. Asegura que el tipo se llama Carl, que es de Toronto y que es imposible localizarlo, pues ayer temprano había tomado un vuelo a México. A Álvarez le dijo que era amigo suyo desde hacía cinco años y socio de una de sus empresas. Pero no se sabe el apellido. A mí me dijo que no lo conocía y que era amigo de unos amigos suyos.
No quiero insinuar bajo ninguna circunstancia que López esté ocultando la verdad y que aquel sí haya sido Bill Gates. Me juró por su madre y "por Dios Santísimo" que no era. Quizá se trate de algún asunto confidencial de sus negocios y de allí su empeño en ocultar la identidad del hombre. Es posible. Yo quisiera cerrar el círculo con la simple puntada de ese nombre completo.
El miércoles mismo hablé con tres de las personas con quienes no conversé la noche del martes. Carmen Vélez, la dueña del restaurante, me dijo lo siguiente: "Yo amanecí a la mañana siguiente pensando que estuvo acá. Todo el restaurante estaba tomándose fotos con él. Caímos muchas personas pensando que lo que ocurrió fue verdad. Yo busqué en Internet fotos de Bill Gates y la verdad es que era demasiado parecido".
Y pensar que López me dijo que aquello había sido una broma "de 20 segundos" y que al final Carmen y todos se habían burlado. Nada de eso: Carmen y sus empleados se fueron a dormir con la convicción de que habían atendido a Gates.
A su vez, el empresario Uribe contó: "Si se trató de una charla (chanza), fue una charla muy maluca. Yo todavía no estoy convencido de que no sea Bill Gates".
Esa noche Uribe llegó a su casa radiante, contándoles a su esposa, y a su huésped, la barranquillera Margarita Méndez, que había visto a Bill Gates. Gutiérrez de Piñeres también se acostó convencido de que había conocido al cofundador de Microsoft.
Ni aun testimonios como los anteriores me eximen de la responsabilidad, única y absoluta, de haber elegido publicar una noticia que resultó falsa. Eso quiero dejarlo muy claro. La verdad es una sola y el compromiso de un medio no es con los procesos para llegar a ella, sino con ella misma. Si actuando de buena fe, le creí una historia a personas que han construido exitosísimos proyectos de vida con base en su credibilidad, todos ellos actuando también sin malicia, el problema termina siendo mío y solo mío.
Entiendo también el furor crítico ante un suceso como este, la horda que sale tras las vísceras del prójimo, el reclamo justificado, el mal timing en la víspera del día del periodista y hasta el humor: debo confesar que -aún en medio de la tormenta interior de un largo día- tuve ánimos para reírme con geniales apuntes, como aquel de que el personaje está listo para un "yo me llamo Bill Gates". Al mismo tiempo reflexiono sobre esa noche. Muchos hablan del "síndrome de la chiva". Yo no lo veo así. Creo y seguiré creyendo que un periodista, cuando una historia lo elige, tiene el deber de perseguirla hasta sus últimas consecuencias. Esa es la garantía elemental que le da a la sociedad. Renunciar a ello es casi tan grave como la misma falacia, aunque esta última sigue siendo el peor de los escenarios.
No se diga más: dadas las explicaciones, en calidad de editor general de El Heraldo, presento mis más sinceras disculpas a todos los lectores, internautas y colegas.
Ernesto McCausland Sojo*
Editor general de El Heraldo
Barranquilla.
* Con algunos agregados, cedido para EL TIEMPO.
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