Eso es lo que parece estar ocurriendo en la capital del país. Todos los años, y en unos puntos más que en otros, el nivel del suelo disminuye notoriamente, en un proceso que ha dejado de ser una anécdota para convertirse en una preocupante realidad.
Según el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), entre noviembre del año pasado y hoy se han registrado 14 hundimientos en vías públicas, unos más y otros menos serios, pero a un ritmo que no se había manifestado.
Los ciudadanos asisten atónitos a la generación sucesiva de cráteres, que ponen en peligro a los peatones y los conductores, que ya han sentido en carne propia cómo la tierra se traga parte de sus vehículos sin entender muy bien por qué.
Más allá de si las causas de este desmoronamiento son de orden natural - históricamente Bogotá se ha edificado sobre lagunas y humedales- o si hay una excesiva presencia de flora ajena a los suelos de la capital que debilita su superficie, la verdad es que la mano del hombre ha contribuido durante décadas a agravar la situación.
El Fondo para la Atención y Prevención de Emergencias (Fopae) ha puesto énfasis en lo que denomina la sobreexplotación de las fuentes de agua subterránea. Con su consumo, industrias, cultivos, pequeños negocios y sus beneficiarios directos estarían disminuyendo la capacidad de los pozos poco profundos, debilitando así el nivel freático del suelo y generando el colapso mencionado. La situación tiende a ser crítica en tiempo seco, como el que estamos experimentando.
No menos preocupante resulta el hecho de que, en los últimos cinco años, otros treinta hundimientos se presentaron en la ciudad por excavaciones asociadas a la construcción de edificios, algo que se hizo evidente en los alrededores de la calle 98 con carrera 11, en el norte de la ciudad, o por el reclamo de quienes han visto las afectaciones de tales obras en sus propias viviendas.
El Fopae asegura que, en este caso, existen malas prácticas de diseño o construcción.
La Empresa de Acueducto de Bogotá, por su parte, reconoció que algunos de los hundimientos en vía pública estarían siendo ocasionados por escapes de agua en las redes de alcantarillado, principalmente, las mismas que ya completan 50 años de existencia y que han dejado ver su nivel de deterioro.
Si se observa con detenimiento, pero, sobre todo, con sentido de la responsabilidad, a todo este panorama subyace una falta de control de quienes están llamados a garantizar que en la ciudad existan buenas prácticas a la hora de explotar un recurso vital como el agua, y de quienes construyen los cimientos de la ciudad moderna.
En este sentido, flaco favor le han hecho a Bogotá las curadurías, las alcaldías locales y los organismos de control para evitar que la capital se siga hundiendo y se vea abocada a largos y engorrosos pleitos, como el vivido con la constructora Pijao.
Es imperativa, como lo ha anunciado la Alcaldía, la realización de un censo de la forma como se viene explotando el agua subterránea, a fin de garantizar su sostenibilidad. A la Empresa de Acueducto la espera la no despreciable tarea de monitorear y reemplazar -hasta donde los recursos lo permitan- una extensa y obsoleta red de conductos y prevenir filtraciones que terminen en el debilitamiento del suelo.
El cumplimiento de un mínimo de protocolos y un control más estricto y efectivo de las autoridades a cargo bastarían para evitar que la capital se siga hundiendo. Como lo advierte el mismo Fopae, hablamos de incidentes que, de lo contrario, no se podrán prever ni prevenir.
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