Cuatro grandes cualidades tenía Augusto Ramírez Ocampo: visión internacional, convicción profunda sobre las bondades de la paz y los derechos humanos, vocación institucional e integridad a toda prueba.
Fue muy variado su recorrido. Desempeñó con probidad y eficiencia cargos muy diversos en el orden local, regional, nacional e internacional. Ante todo, fue un excelente Canciller en momentos difíciles de la vida internacional. Contribuyó de manera decisiva a la diversificación de la política exterior colombiana manteniendo un alto nivel de relación con actores disímiles y de diversa condición geográfica. Impulsó también la aproximación con los países latinoamericanos y de otros continentes.
Ayudó a afrontar con rigor las dificultades de la crisis económica derivada del segundo shock petrolero, que comenzó a hacer sentir sus efectos en el mundo en desarrollo entrados los 80, con la gigantesca crisis de la deuda latinoamericana. Impulsó difíciles concertaciones en esta materia y, siguiendo su vocación institucional profunda, promovió varias reformas importantes en la OEA.
Estimuló con su gestión la aproximación a países muy diversos del mundo, habiendo desarrollado una política exterior admirable de equilibrio con todos los actores internacionales y de presencia activa en foros muy diversos.
Pero, por sobre todo, fue el gran impulsador del Grupo de Contadora, que hoy día se recuerda como uno de los grandes triunfos de la política exterior de Colombia, México, Venezuela y Panamá.
En el contexto de los años 80, cuatro países centroamericanos tenían conflictos internos importantes. Todos los expertos y comentaristas internacionales consideraban que en América Central era inevitable la generalización y extensión del conflicto, hasta cubrir al totalidad de la región, incluyendo a Costa Rica y Panamá, y muy seguramente hacia México, en el norte, y Colombia, en el sur. Casi una veintena de países del mundo tenía intereses e injerencias diversas en Centroamérica. Richard Nixon afirmaba que, con Afganistán y Medio Oriente, el destino del mundo se jugaba entonces en América Central. Más de 10 países exportaban armas hacia la región.
Parecía misión imposible tratar de evitar la generalización de la guerra. Sin embargo, unos pocos soñadores, entre los cuales Augusto Ramírez Ocampo brilló como el que más, asumieron la tarea de impulsar la paz, por lo menos evitando la guerra general, que se desarrollaría seguramente con la misma lógica de la teoría del dominó, la cual había llevado muerte y destrucción a todo el sureste asiático en la década anterior.
El caso es que, contra viento y marea, crearon el Grupo de Contadora, del cual quedaron tres realizaciones importantes: por una parte, el grupo permitió con su gestión y sus buenos oficios evitar la guerra general en América Central, la única región convulsa del hemisferio occidental en ese momento.
La paz era una actividad posterior que tenía que ser abordada por los propios países de la región. Pero Contadora mostró que se puede evitar la guerra cuando hay voluntades en sincronía. Fue la mejor demostración de que, en política exterior, si se quiere y se actúa con prudencia e inteligencia, se puede incluso "navegar contra el viento".
Además, Contadora hizo posibles futuras acciones de cooperación en la región centroamericana. De los cuatro países de Contadora y el grupo de países de apoyo a sus iniciativas surgió el Grupo de Río, cuya vigencia fue muy relevante hasta entrados los 90.
También de allí viene la actividad de Colombia, Venezuela y México en América Central, mediante el G-3, que, igualmente, tuvo vigencia hasta hace poco tiempo. Fue un capítulo luminoso de nuestra política exterior, con actitud pragmática, pero reivindicando el derecho a soñar y a actuar por un mundo mejor.
Promotor de la paz
Más tarde, prosiguiendo el esfuerzo comenzado con sus funciones como canciller, Ramírez Ocampo estuvo muy presente en las actividades de la OEA y, en especial, de las Naciones Unidas, tanto en Guatemala como en El Salvador. Al mismo tiempo, fue un promotor incansable de la paz y el desarrollo en Colombia: efectuó actividades de mediación que constituyen un antecedente notable.
Fue, sin duda, muy importante su intermediación entre posiciones diversas en la Constituyente de 1991.
Siempre fue un demócrata convencido, un defensor de la institucionalidad democrática, de reglas de juego claras y transparentes, de la autonomía y del equilibrio necesario entre las diversas ramas del poder.
Hubiera podido sacrificar algunas de sus convicciones por un plato de lentejas y guardar silencio frente a violaciones a las reglas de la democracia o a violaciones a los derechos humanos. Como su predecesor en la dirección del Instituto de Derechos Humanos y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana, el también ex canciller Alfredo Vásquez Carrizosa, se distinguió por la defensa de reglas de juego claras para la democracia y los derechos humanos, y por contrariar, si ello era menester, incluso a figuras cimeras del poder político, cuando sus convicciones le indicaban cuál era la vía correcta en el largo plazo. Este es uno de sus mejores legados: institucionalidad, defensa de los derechos de la gente, integridad.
No era un hombre ingenuo. Era simplemente un humanista con visión de país, con convicciones profundas y con olfato político. Era, en el buen sentido del término, un hombre público, alguien para quien la politeia era la razón de ser de su existencia. Transparente, amigo, mentor sutil, pero eficaz, prefería predicar con el ejemplo y con hábiles preguntas o afirmaciones que tenían un sentido profundo.
Huella en las instituciones
Magnífico expositor y polemista, hombre de gran humor y un fino sentido de la ironía, deja una huella perenne en las instituciones de Colombia y en la búsqueda de una política exterior que incluya y sume siempre (que es una manera de multiplicar) en este mundo diverso.
Deja su impronta en la historia de las relaciones internacionales de América Latina y en el corazón de cuantos lo conocimos y tuvimos el placer de interactuar con él, en mundos diversos.
Le damos las gracias por su vida dedicada a lo mejor de su país y de sus gentes, por la búsqueda de la paz en el continente y por mostrarnos un sendero en el cual "una gota de miel logra más que todo el vinagre del mundo". Vivió lo suficiente para ver que sus ideas no fueron una semilla perdida en el vacío. Nos corresponde continuar su legado. Colombia ha perdido un gran humanista y un hombre público ejemplar, pero nuestra historia ha ganado con su grata presencia. No pasó en vano por la vida.
Sobre el autor
Ex viceministro de Relaciones Exteriores, coautor de ocho libros sobre política exterior y docente. PhD, del Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra (Suiza).
DIEGO CARDONA C.
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