Un símbolo patrio se muere de viejo en el valle de Co

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Un símbolo patrio se muere de viejo en el valle de Co

Notapor MOechsle » Dom, 03 Nov 2013, 03:42

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Un símbolo patrio se muere de viejo en el valle de Cocora

El loro orejiamarillo hace un agujero en el tronco del árbol y lo transforma en su hogar. Es su guarida. Allí duerme y cuida a sus polluelos. La palma de cera del Quindío, nuestro árbol nacional desde 1985, se transforma de esta forma en la casa definitiva de esta ave representativa del país. Pero esta gigantesca palma, la más alta del mundo entre las cerca de 2.400 especies que hay en el planeta –alcanza a medir 52 metros–, no solo es importante para el loro.


Es un eslabón del entramado de nuestra biodiversidad, porque representa salud para los ecosistemas y alimento para muchos otros animales, como dantas, roedores, cotorras, tucanes o mirlas.


Esto ha sido así durante miles de años. Pero el paso del tiempo y la crisis ambiental están haciendo estragos en ella. Muchos ejemplares de esta palma, llamada por los científicos como Ceroxylon quindiuense, se están muriendo de viejos, de pie, como cualquier árbol que se respete, y en un ocaso lento pero progresivo.


La situación se ha hecho más evidente en la parte alta, y entre los 2.300 y 2.600 metros sobre el nivel del mar, del valle de Cocora, en el Quindío, uno de los lugares más visitados por turistas locales y extranjeros, quienes se asombran al ver cientos de palmas enfiladas y alineadas alrededor de las montañas.


Todas ellas están sentenciadas. Y Cocora sin palmas sería como la sierra del Cocuy sin nieve o las cadenas de arrecifes del Caribe sin corales multicolores. Si no se actúa con prontitud, el país perdería entonces uno de los íconos de su paisaje andino.


Como cualquier ser vivo, la palma de cera tiene una expectativa de vida que, en su caso, es superior a los 100 años. Lo que hace especial este caso es que las palmas del valle de Cocora no han podido dejar descendencia para garantizar una prole extendida en el tiempo.


Al no poder regenerarse en los potreros donde crecen, las palmas que sobreviven en ellos forman un paisaje temporal, que ha logrado perdurar hasta el presente gracias a la gran longevidad de los ejemplares adultos. Pero, en la actualidad, más de la mitad de esos individuos están ya en las fases finales de su ciclo de vida y fallecerán en el transcurso de los próximos 47 años. En conclusión, el número de individuos se reduce año tras año, a medida que las palmas mueren sin dejar reemplazo.


El diagnóstico es el resultado de un estudio del Grupo de Investigación en Palmas Silvestres Neotropicales, de la Universidad Nacional, liderado por los botánicos Rodrigo Bernal y María José Sanín, publicado en la revista especializada Colombia Forestal.


La investigación hizo un seguimiento de las plantas que crecen en el valle de Cocora en los últimos 24 años. El trabajo determinó que el número de palmas ha bajado en un 19%, al pasar de 585 a 469 unidades en ciertos lugares seleccionados donde se concretó este censo.


La mayor cantidad de las que murieron eran plantas que medían más de 40 metros de altura y tenían entre 139 y 169 años. Por esa misma razón, como en el año 2029 un poco más de la mitad de las palmas del valle ya habrán superado los 40 metros, de no hacerse ningún esfuerzo por conservarlas o reemplazarlas, ninguna sobreviviría hasta finales de este siglo. Las palmas más altas están entre la quebrada Cárdenas y el río Quindío, donde el 70 por ciento de los individuos miden 40 metros o más. Este sería el lugar que perdería más ejemplares hacia mediados de siglo.


La causa de que la palma muera y no deje descendencia que prolongue su supervivencia en el tiempo es la ganadería, que se ha extendido sin sostenibilidad en esta zona, aledaña al municipio de Salento. Es una actividad que no tala las palmas, pero que arrasa con las plántulas que ella provee desde sus ramas o penachos y que son como los ‘embriones’ de un nuevo ejemplar. El pastoreo, en su avance, no deja que crezcan y se desarrollen, por lo que el bosque no se renueva y es cada vez más escaso.


“Las palmas de cera tienen un crecimiento muy lento. Pueden tardar hasta 57 años para empezar a producir su tallo y 83 años para reproducirse. Recién nacidas sacan una hoja o dos cada año, pero las vacas destruyen todo su crecimiento de un bocado”, explica Sanín.


Adicionalmente, la ganadería ha eliminado cualquier otro tipo de vegetación que pueda darles sombra a esas plántulas, que no pueden crecer expuestas de lleno a los rayos del sol.


Y es que parte de las razones para que el bosque se vea hoy fraccionado y muchas de las palmas crezcan aisladamente se deben a que decenas de ellas fueron deforestadas en el siglo XX, para usar sus hojas en la fabricación de los ramos de Semana Santa, una práctica que se ha reducido por la cantidad de campañas que han enseñado a los feligreses a reemplazar los ramos por plantas no silvestres.


El estudio de Bernal y Sanín hace un diagnóstico sombrío frente al futuro de la palma, pero también plantea una solución viable para detener esa extinción: la creación de una zona protegida en Cocora.


Mientras que el Ministerio de Medioambiente anuncia un Programa Nacional de Conservación de las Palmas, que estaría listo para el 2014, en el documento Bernal y Sanín proponen la creación del Santuario Nacional de la Palma de Cera del Quindío dentro del valle y en un área aledaña al parque Los Nevados, que permitiría cerrarle el paso a la ganadería. También sugieren el cultivo de la palma en viveros para iniciar un plan de repoblamiento.


Aunque la Oficina de Parques Nacionales le dijo a EL TIEMPO que la creación de esta zona protegida no está entre sus prioridades inmediatas, expertos del Instituto Humboldt informaron que para el establecimiento del santuario –en Cocora no hay zonas protegidas ni locales ni de la sociedad civil– sería necesaria la adquisición de terrenos, lo cual está en la Ley 61 de 1985.


Algunos de los predios de la zona son propiedad de la Corporación Autónoma Regional del Quindío, lo que facilitaría el intento. Sanín pone un ejemplo que justificaría ese esfuerzo: “La palma debe consolidarse como un atractivo ecoturístico. En Estados Unidos, en el Parque Nacional de las Secuoyas (California), cada uno de estos superárboles se cuida como un bebé y millones de personas van a verlos cada año. Lo mismo deberíamos hacer en Colombia con estas plantas únicas”.


Es árbol nacional por su majestuosidad


La declaratoria de la palma de cera del Quindío como árbol nacional de Colombia la hizo el Congreso de la República, a través de la Ley 61 de 1985, durante el mandato de Belisario Betancur. Para su declaratoria se tuvo en cuenta su belleza y el hecho de que fue descrita en el siglo XIX, ante su abundancia y majestuosidad, por el barón Alexander von Humboldt. Esta ley faculta al Gobierno para que designe partidas presupuestales y se pueda adquirir terrenos que no sean baldíos de la Nación, para constituir parques nacionales o santuarios de flora y proteger este símbolo patrio. Además, impone multas e incluso sanciones de arresto para quien tale la palma sin permiso.


JAVIER SILVA HERRERA
REDACCIÓN VIDA DE HOY



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MOechsle
 
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